Nervioso, y pálido se dirigía hacia la dama… a cada paso que daba retrocedía atolondrado. Temeroso arrobaba el cuerpo celestial que tenía delante, al observarlo podía apreciar las finas y esbeltas curvas cinceladas con elegancia. Esa admiración lo llevó a que con fuerza se adentrara en el camino de la valentía. Firmemente, con su pecho y su barbilla alzadas de orgullo caminó hacia su objetivo: la belleza espiritual que tenía a unos pasos.
Sus manos ágiles robaron con gracia y sutileza el cuello afilado y delicado de la dama; acercó su rostro expectante y temblando con tenuidad rozó la exquisitez agraciada de la mujer, con gentileza sintió la emoción de un sinnúmero de latidos en el corazón, solo conservaba un pensamiento: De un momento a otro sus labios alborozarían el placer de esos carnosos pétalos.
En las manos del hombre se palidecía y disipaba esa persona de la que pudo complacerse por unos placenteros segundos.
El eufórico hombre cayó en el riguroso suelo lastimándose con la escamosa superficie helada.
Sangre empezó a brotar lentamente al golpear su frente empapada de sudor provocado por el placer que había sentido hace unos minutos.
Al cabo de un instante volvió a retomar su estabilidad, notando que algo frígido se encontraba dentro de su mano con la que estuvo palpando la donosura de la dama. Era un reloj de bolsillo antiguo dañado, cromo y bronce, un reloj sencillo. El hombre lo examinó: ¿Qué había sucedido?
Su rostro sosegado volteó percatándose de que la habitación se tornaba sombría envuelto en oscuridad, pues la luz que se adentraba por la puerta se iba transformando en confusiones; los ángeles, gnomos y criaturas fantásticas empezaron a tomar el color de la penumbra. Lo único que brillaba ahí era un anillo que apareció en su mano, el reloj roto y su chaqueta de vinil desgastada… el hombre, sin sentir sensación alguna, revisó su bolsillo descubriendo lo que realmente hacia brillar su abrigo: aquel cabello almendrado tostado… aquel que había encontrado por su recorrido confuso.
Un etéreo sonido se escuchaba en la oscura habitación, era el sonido solitario que producía el monitor cardíaco. La mujer desolada se enderezó y tomó la mano de su marido, sufría con ahogo al saber que esa sería la última caricia apreciada de su esposo, no controlaba el saber que permanecería solitaria, vacía eternamente.
Sus pesados ojos, radiantes y lagrimosos, lentamente se dirigieron a la mirada del doctor; violentamente soltó la mano de su marido y se alzó de la azulenca y rigurosa camilla. Paranoia, monomanía, demencia invadían la mente de la noble mujer.
-¿¡Qué no puede hacer nada!? ¡Cómo puede ser un médico tan inútil! -. Con gritos y sollozos exclamó la mujer. Llevando las manos a su cabeza y tirando con agresividad de su castaño cabello, lágrimas se derramaban sobre sus refulgentes pecas, al mismo tiempo que su piel bronceada palidecía.
Si físicamente se veía sin control, no podremos imaginar en qué estado se encontraba su mente anteriormente apacible, con un bloqueo intenso, sentía todas sus emociones sobrevolando, solo quería poner sus manos rudas en el cuello fornido del doctor, apretándolo con dolor y coraje.
-Lo lamento, no se puede aplicar ningún tratamiento cuando un cuerpo se encuentra en estado de coma-. Esa frase tan seca pronunciada por los labios irritantes del doctor, retumbaba en la cabeza de la cada vez más maniática mujer, esposa del cuerpo inmóvil que se encontraba atrapado en un insondable sueño inexistente.
Sin cavilar, las manos agresivas de la dama se dirigieron al rostro del doctor, provocando que los policías y encargados del centro de seguridad la internaran en un manicomio; recluida, alejada de la pequeña ciudad donde ella y su amado habían residido, donde sus momentáneos pensamientos habitaban, donde su marido, su ser querido se encontraba atrapado…
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