Mientras el desconocido fármaco se infiltraba en sus agraviadas venas, causadas por las drogas que habían sido inconscientemente ingeridas por su cuerpo en aquel cuarto de hospital, sintió un dolor tan profundo que lo remontó a su juventud e hizo recordar la última vez que se drogó, -¡Sebastián!, ¿qué estás haciendo?, ¿por qué te drogas?. Entre sus manos llevaba una caja que contenía un reloj.
– Elena, perdón, por favor perdóname lo he hecho desde mis 17 años, no lo hago siempre, solo cuando me pongo triste.
– Si vas a seguir así, entonces no tiene caso que sigamos siendo novios. Si no eres feliz conmigo.
– Elena, por favor, tú eres la persona que me alegra los días, tú haces que mi vida tenga sentido y me has ayudado siempre, no quiero que ahora me abandones, prometo que desde hoy no volveré a hacerlo… lo prometo.
– Ok, te creo (observa la caja que llevaba en sus manos), y porque te quiero vamos a hacer lo siguiente… Te voy a dar este reloj para sellar la promesa, se lo pone — cada vez que lo veas te vas a acordar de mí y no volverás a caer en depresión… ni drogas, prosiguió.
– Elena eres lo mejor, ¿por qué traías este reloj?, pregunta dudoso.
– Te lo iba a dar por nuestro primer aniversario, pero creo que es mejor que sea para sellar este pacto.
Desde ese día, él no volvió a ingerir estupefaciente alguno, pues cada vez que se sentía triste veía el reloj con el que su amada había cerrado el pacto.
Sebastián sale del coma, abre los ojos y lo primero que hace es preguntar por su esposa, la enfermera que estaba con él se espanta y sale corriendo de la habitación para informar que Sebastián está vivo. -¡Doctor el paciente!… ¡El paciente!…, dice con dificultad, pues no puede creer lo que está pasando.
– Enfermera, ¿qué tiene el paciente?
– El paciente, ¡ha despertado!, dice rápido, aún sin entender a bien, lo que está sucediendo.
– Enfermera tranquilícese, respire y repita lo que dijo, que no le entendí nada.
La enfermera sigue las instrucciones que el doctor le había indicado. El paciente Sebastián, ¡ha logrado despertar del coma!, recalca.
El doctor se queda paralizado y consternado al no dar crédito de lo que la acaba de escuchar, sin salir de su asombro contesta, –Es imposible, a ese paciente lo dábamos por muerto.
– Le estoy diciendo la verdad.
– Sí señorita, pero debido a todos los resultados y signos presentados es imposible que pueda volver en sí. Además no nos conviene, hicimos un trato, si las personas con las que cerramos el negocio se enteran de que despertó, nos matarán. No podemos fallarles. Si es cierto lo que está diciendo tenemos que actuar de inmediato.
– Es cierto, pero ¿qué podemos hacer?
– Primero que nada, evitar a toda costa que se enteren que ha despertado; ni su esposa, ni las personas que pagaron por su muerte lo deben saber. Por ello, le encargo que nadie entre a verlo.
La alcanzaron y empezaron a golpearla, la tomaron como a un costal de papas y la aventaron dentro de la camioneta, le pusieron cinta en la boca, le amarraron las manos, rasgaron su ropa, le enterraron un cuchillo en la pierna derecha, para que se quedará callada. Comenzó a llorar en silencio, volteó la mirada hacia su muñeca izquierda y encontró el reloj de su esposo. ¡Ahí estaba!
Elena recordó los tratos que había hecho con aquellos hombres que la secuestraron. La camioneta empezó a avanzar lento y de pronto ¡muy rápido!, ¡a 120km/h! Se metía en calles que Elena no conocía. Seguía llorando sin tener consuelo, arrepintiéndose de lo que había hecho… ya sabía lo que le tenían preparado.
Elena logró desatar sus manos, tomó el cuchillo que tenía dentro de su pierna derecha, cuando quitó el cuchillo empezó a salir mucha sangre, no podía detenerla, buscó algún paño para hacerse un torniquete. Seguía teniendo la cinta en la boca para no hacer tanto ruido y poder finiquitar su plan. Como no había nada, tomó un trozo de sus ropas y amarró su pierna lastimada.
Al terminar, se movió como pudo cuchillo en mano. Sigilosamente se escabulló entre los asientos, y se encontró con un hombre algo canoso, fortachón que le daba la espalda. Rápida y segura le enterró el cuchillo en el cuello, por un momento se quedó pasmada por lo que había hecho. Reaccionó rápidamente y avanzó tomando por sorpresa al chofer, quien corrió con la misma suerte.
Quitándose la cinta de su pequeña y frágil boca, dejándola roja y herida, tomó el volante y virando con violencia dirigió el rumbo hacia el hospital donde se encontraba su amado. De sus ojos corrían lágrimas de esperanza y en sus labios se pintó una sonrisa que la llenó de energía, — pronto, ya muy pronto asiré su mano y nada podrá separarnos- afirmó.
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21 Fragmentados es un grupo de estudiantes del Colegio Juárez Lincoln de Puebla, México.