Empezó a tomar conciencia, abrió los ojos, sintió el cuerpo pesado, adolorido, moretones en los brazos, al parecer fueron rudamente sujetados… otra vez ese fuerte y nauseabundo olor a naftalina, frialdad en las paredes. -Volvieron a encerrarme- se dijo. Sus cabellos almendrados estaban completamente enredados, miró fijamente a un punto y lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. –Yo solamente quería defenderlo, ¿por qué quieren matarlo?, han hecho que vegete, sin voluntad, ni movimiento; ya no puede causarles ningún daño, ¿por qué?, ¿por qué a él?, únicamente cumplía con su deber.
Recordaba y analizaba como una película que volvía a repetir aquel atroz día, rebobinaba en su mente y volvía a repetirse ¿por qué a él?
– ¡Aaaah, al fin despertaste!- dijo una enfermera mal encarada a través de la ventanilla de la puerta y se asomaba. – ¿Tienes hambre?, en un momento te pasaré la charola, y no te atrevas a tirármela nuevamente, porque te vuelvo a sedar, ¿está claro? -.
Ni siquiera volteó a verla, al parecer ni la escuchó, seguía absorta en la película de terror que se repetía en su mente una y otra vez.
Cómo olvidar aquella noche veraniega: la mesa estaba puesta, ella lucía radiante y sensual; velas, vino francés merlot, ¡qué noche les aguardaba!
Había invertido toda la tarde cocinando esa deliciosa lasagna que él adoraba y ensalada, él se encargaría del pan de ajo a su llegada. Les encantaba cocinar juntos, intercambiar miradas, se dice tanto sin palabras, degustar algún queso que ella colocaba en su boca mientras él hacía malabares al lanzar al aire los panes sobre la sartén oliente a ajos.
La espera se hacía larga, hace 25 minutos él avisó que ya venía en camino… revisa el horno… mmm ¡qué delicia! Qué raro, seguro pasó a comprar flores para sorprenderme, para qué insistir. Volvió a revisarse en el espejo, cabello planchado, ojos radiantes de felicidad por celebrar otro aniversario más, perfume eso es, me falta el perfume. Delicadamente roció ese exquisito Bulgari que él le había regalado el aniversario anterior, remarcó sus labios cual carnosos pétalos que tanto lo hacían disfrutar.
60 minutos, ¡demasiado tiempo!, momento de marcar. A ella no le gustaba insistir, y menos cuando él venía conduciendo, jamás lo pondría en riesgo por una llamada; el modesto celular llama y llama… no contesta, su corazón se acelera. ¿Qué estará pasando?
De pronto, ¡el sonido de una guitarra!, ¡es él!, ¡le ha traído serenata! Alegremente él entona una divertida canción, de esas en tono irlandés que invitan al baile, a volar en un salto; ella sonríe y abriendo la puerta camina al ritmo de la música para abrazarlo. Súbitamente la música se detiene…lo ve caer, la guitarra emite un fuerte ruido de cuerdas golpeadas, cayendo de espaldas solo alcanza a pronunciar el nombre de ella… desesperada corre hacia él – ¿Qué tienes amor?, pregunta afligida. ¡Reacciona! – grita. Sangre en el piso;. Una bala silenciada alcanzó a penetrar la parte inferior de su nuca.
Llanto, gritos de dolor, desesperación –Alguien que me ayude, llamen a una ambulancia-, el cielo empezó a relampaguear, lluvia…
Toscamente se abre la puerta y exclama, –sopa caliente y pan, también suficiente agua, necesitas hidratarte-. Con la cara empapada en lágrimas mantiene la mirada perdida, no voltea, no escucha; la enfermera intenta aplicarle una inyección en el brazo, ni siquiera se percata de la humedad del algodón con alcohol con el que empieza a limpiarle el hombro; de un repentino salto inutiliza a la mujer, hábilmente la inmoviliza y le aplica la inyección en la yugular, al parecer será otra quien estará sedada por largas horas.
Sigilosamente se escabulle por los pasillos, una salida de emergencias que conduce a una escalera exterior. Décimo piso, descalza baja por las escaleras metálicas (debe ser muy rápida), los entrenamientos que había estado practicando para la maratón la hacían ágil y fuerte… por fin en la calle.
Solo corre, corre.
Su buena condición la lleva rápidamente a 3 km del psiquiátrico, es de madrugada, al parecer 2 o 3 am por la soledad y silencio de las calles. Logra orientarse, el hospital donde su único y gran amor está internado estará a unos 10 km al sur –Puedo lograrlo…- se repite convincentemente, unos 20 minutos serán suficientes, hay dolor muscular, -sí puedo, por supuesto que puedo-.
Sin importar el frío de la madrugada, ni la ligera bata que cubría su cuerpo desnudo, ni sus pies descalzos, ella solomanete pensaba en llegar a él –Vamos tú puedes, sólo son unos 10 km más- se animaba. Cada paso era alentado por el recuerdo de su mirada, de esos bellos ojos claros que se clavaban profundamente en los suyos, de esas varoniles manos que se entrelazaban fuertemente con las suyas, en cada grito de placer mientras hacían el amor.
–Te amo, no voy a dejarte ahí, expuesto a que puedan continuar con el sucio trabajo de quitarte la vida. No pudieron la primera vez, no podrán una segunda- pensó.
Absorta y sumida en sus pensamientos no se percataba del sudor que empapaba su cabello, sus piernas delgadas, pero marcadas por el esfuerzo, daban pasos firmes y ritmo constante con la fuerza mental del deseo de llegar hasta él.
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