Aunque afuera el clima era gélido, dentro de ella habitaba un infierno, las manos le sudaban y su cuerpo temblaba sin control; no lograba comprender de dónde había sacado la fuerza para apartar los rígidos y aún tibios cuerpos de aquellos que habían tratado de dar final a la vida que había planeado al lado de su amado.
Habían pasado días de mal comer y mal dormir. En su famélico rostro se reflejaba el tormento por el que había atravesado los últimos días. Aún podía sentir el ardor de aquellos fármacos que inútilmente la enfermera inyectaba cada noche para tratar de mitigar el anhelo tan inexplicable por verlo, que ni ella misma podía comprender.
Con sus frágiles manos tomó el volante y trató de recordar cómo conducir, hacía bastante tiempo que no lo hacía, finalmente logró poner en marcha el auto y recordó las suaves manos de Sebastián sobre las suyas tratando de enseñarle, con su infinita paciencia, la manera en que debía controlar aquella máquina metálica a la que tanto temía. De repente oyó el sonido de un claxon, sumergida en sus pensamientos, no se percató de que la luz del semáforo estaba en rojo, de golpe pisó el freno y pudo escuchar el chirrido del neumático quemándose.
Al volver en sí, contempló el escalofriante escenario en el que se encontraba. Miró a su alrededor en busca alguna señal que le permitiera asegurarse de estar en el sendero correcto, pero solo pudo ver el puesto en el que una vez su amado le compró las hermosas flores que le acompañarían la última noche que pasaron juntos a la puerta del hospital. Sintió que algo muy profundo en su interior había despertado, no podía explicar qué, pero le consumían las ansías de llegar a al nosocomio en el que se reuniría con su destino.
Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos cual raudal, resentimiento y desesperación invadieron sus pensamientos conduciéndola hasta un estado de locura. ¿Cómo había llegado hasta ese punto?
Pisó el acelerador hasta el fondo, y esquivando todo lo que se cruzaba en su camino llegó hasta la calle en la que se encontraba el viejo y olvidado edificio donde no había más que almas moribundas esperando a que alguien diera fin a su sufrimiento. Trató de detenerse como pudo, pero el vehículo embistió un faro de luz del edificio. Esa luz le recordó a esa bahía en la que Sebastián le había declarado su amor incondicional, y un faro les alumbrar al fondo. Hubiera deseado seguir en el mundo de fantasía en vez de su infernal realidad.
Involuntariamente sus piernas la guiaron a través de la muchedumbre que se formaba a su alrededor, ignoró las palabras que falsamente expresaban preocupación, se adentró en aquel laberinto infinito de pasillos y habitaciones. Trató de recordar su propósito en aquel lugar oscuro lleno de sufrimiento y desesperación, en su cabeza retumbaba el mismo número una y otra vez, 253, 25 de marzo, el día que se habían conocido; 253, el número de veces que le había dicho ‘te amo; 253, la habitación donde yacía el cuerpo agonizante de su amado.
Una luz cegadora traspasa mis párpados impidiendo que siga con mi descanso, poco a poco mis ojos se adaptan a aquella luz artificial que alumbra el lúgubre paisaje. No recuerdo como llegué a mi cama, ¿a dónde han ido a todos los colores de la habitación?, ¿qué ha pasado con la foto de Helena y yo abrazados junto al faro?, ¡¿dónde está mi reloj?¡, pero más importante, ¡¿dónde está Helena?!
Mi corazón se empieza a acelerar mientras sigo tratando de hallar algo que me resulte familiar, estoy a punto de gritar de la desesperación cuando veo que una siniestra figura se abre paso entre la oscuridad. Creo que mi corazón va a estallar en cualquier momento, la misteriosa figura se detiene en seco antes de entrar en aquel extraño lugar en el que estoy, puedo sentir su penetrante mirada, con la boca seca logro pronunciar las siguientes palabras – ¿quién anda ahí?, ¿qué es este lugar? –. Trato de hacer que mi voz suene segura, pero mi intento no resulta para nada convincente, tímidamente la misteriosa figura avanza hacia mí aún con la vista fija… logro reconocerla.
¡Helena¡, mi corazón comienza a calmarse al ver que es la mujer a la que he amado y siempre amaré sin importar lo que haga. Lágrimas de felicidad ruedan por mi rostro. Por fin, me siento en casa, sin embargo hay algo extraño. Se acerca tímidamente hacia mí, una curva se dibuja en su rostro… sí, ya he visto esa sonrisa antes.
De pronto, llega a mi cabeza un agudo dolor acompañado de un recuerdo que me aferraba a bloquear. Estoy en esa noche, es la misma sonrisa de demencia con la que me miró antes de inyectarme el fétido líquido en el cuello que me trasladó en el sueño abismal. Todo tiene sentido. Ahora, puedo ver con claridad lo que pasó.
La mujer a la que siempre he estimado no es más que un alguien que ha perdido la cordura, regreso a la realidad y en los ojos de aquella mujer ya no veo a mi amada, sino al personaje que se apoderó de su compasiva alma con su insaciable locura. Trato de decirle algo para detenerla de un acto que sé que más tarde lamentará, pero es demasiado tarde.
Siento el frío metal que penetra mi cuello, cierro mis ojos tratando de convencerme a mí mismo de que ella no tiene la culpa, de que solo es una víctima de un mundo de tragedia en el que gobierna la incoherencia. Mi amor sempiterno no me permite odiarla. Le dedico mi última sonrisa que a diferencia de la suya, no es de manía sino de ternura, cariño y afecto. Sin emitir palabra le digo “te perdono”.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en el rostro de Helena.
FIN
Para leer la primera parte de la historia, ¡da clic aquí!
La segunda, ¡aquí!
La tercera, ¡aquí!
La cuarta, ¡aquí!
La quinta, ¡aquí!
La sexta, ¡aquí!
La séptima, ¡aquí!
La octava, ¡aquí!