La banda británica Arctic Monkeys acaba de estrenar el día de hoy (11 de mayo de 2018) su sexto álbum de estudio titulado Tranquility Base Hotel & Casino, después de un largo silencio de más de 4 años y medio en su carrera desde que lanzaron su último gran álbum AM el 6 de septiembre de 2013.
Nueve días antes, el 2 de mayo, se dio la noticia de que la legendaria marca de guitarras Gibson, se había declarado en banca rota debido a una deuda de aproximadamente $500 millones de dólares. Muchos especularon que este evento era la confirmación de la muerte lenta y penosa que se había predicho desde hace unos 2 años atrás, de la guitarra eléctrica como el instrumento popular por excelencia y con ella la muerte del rock.
Las razones para estas especulaciones son muchas y de alguna manera complejas. La relevancia de tal noticia se encuentra en el claro simbolismo que implica que la marca Gibson fue el ícono indiscutible del rock como género y como modo de vida. No es solo una simple marca, si no el objeto más aspiracional en toda la industria musical. Poseer una, implicaba por omisión el objetivo de querer pertenecer al amplio y “selecto” grupo de personas que eran integrantes de una banda de rock, que les permitiera interpretar canciones que emularan a sus bandas favoritas o crear sus propios temas y así perpetuar la leyenda del instrumento y el género.
Lograr este tipo de devoción en un individuo siempre ha necesitado de héroes de la guitarra que sirvan como profetas para provocar dicha devoción hacía el instrumento, la música y el estilo de vida. Para mi generación, estos héroes venían envueltos en diferentes formas, algunos, eran parte de las bandas legendarias de rock de principios de los 90’s, como Nirvana, Pearl Jam, Oasis, Guns N’ Roses, Metallica, Radiohead, The Smashing Pumpkins, entre otros.
En cambio, para muchos más, la verdadera influencia vino con el impacto del llamado Indie rock, y la aparición de aquella camada de bandas que provocaría un nuevo momento en la industria musical, reviviéndola con un estilo completamente nuevo de riffs crudos, frenéticos, elegantes y simples que a partir de los 2000’s se apoderarían de nuestros ojos y oídos, como The Strokes, The Libertines, The Kooks, The Black Keys, Kings of Leon, Interpol, Yeah Yeah Yeahs, The Killers, Franz Ferdinand y Arctic Monkeys.
De todas las bandas que acabo de enumerar, la de Sheffield es la única que ha permanecido vigente en las listas de popularidad después de la segunda mitad de esta década, ya que, ha sabido adaptarse a las influencias modernas de la música sin perder su naturalidad hasta el día de hoy y ha lograron despegarse lo suficiente del movimiento del indie rock para poder crear su propio lenguaje y estilo musical.
Si nos remontamos al inicio de su historia podemos decir que su salto a la fama inició con aquellos pequeños pero abarrotados conciertos en su pueblo natal de Sheffield cuando la locura del indie rock terminó por consolidarse con su primer gran sencillo I bet that you look good on the dancefloor. Este sencillo enriqueció el repertorio de muchísimas bandas de covers alrededor del mundo por la sencillez y fuerza con que la canción podía ser interpretada por cualquiera que pudiera sostener una guitarra eléctrica y pisar correctamente los acordes que la conforman.
Un poco después, Teddy Picker nos regresó a ese riff de guitarra «punkeron» que te hacía mover la cabeza como si estuvieras viviendo los mejores tiempos del rock en los 80 sin parecerse en nada a ello.
Cornerstone, nos llevó hacia adelante aceptando que las buenas baladas siempre serán el camino a seguir de una banda que está madurando y que se siente cómoda con su sonido y su capacidad interpretativa, que no necesita ruido sino, buenas armonías, una letra sincera y una voz lo suficientemente única para dejar en claro que se trata de la misma banda.
Don’t sit down ‘cause I’ve moved your chair nos aclaró que la banda se encontraba en una posición privilegiada como para seguir empujando un poco más el modo de hacer las cosas y dejarse llevar por los últimos guitarrazos, empezando a experimentar con aquellos coros perfectos que ilustrarían el camino de la siguiente fase.
Do I wanna know? fue precisamente el producto de esa refinación, donde esa última vuelta en el ciclo de evolución se nota y se palpa cuando la música empieza a ser más intrincada, cuando comienzan a mezclarse estilos diferentes a los de las raíces del cuarteto, como el hip-hop o el R&B, y las canciones se vuelven tan exactas que se convierten en algo universal.
Hasta el album Suck it and see, Arctic Monkeys mantuvieron esa composición clásica de una agrupación de rock donde el instrumento principal para componer una canción era la guitarra. Seguían siendo esos héroes que habían inspirado a muchos jóvenes a tomar sus instrumentos y formar su propia banda. Su legado estaba ya más que asegurado en el repertorio de los adolescentes y jóvenes de las generaciones por venir.
Por otro lado, en el AM empezamos a ver cómo ligeramente iba desapareciendo esa composición, canciones con líneas de bajos más audibles, ritmos más parecidos a un beat bailable, concisos, sin grandes redobles o estruendosos cambios. Atestiguamos cómo la evolución estaba ya por dar la vuelta completa hacía una nueva fase. Los armónicos, los efectos en la voz, los falsetes y los coros pegajosos estaban siendo utilizados para permitir que la banda alcanzara un nuevo sonido, dejando atrás poco a poco ese indie rock que en su momento se erigió como la posible resurrección del rock agonizante de la última década del siglo XX.
Todo sucumbe a la influencia del mainstream, adaptarse o morir. En una entrevista para BBC Radio One, Alex Turner comentaba que la guitarra ya no le proveía más inspiración como cuando escribió Favourite Worst Nightmare o Humbug y que había decidido que ya era hora de dejar de hablar del amor. Justo esto hizo en su más reciente material.
Hay dos formas de ver el nuevo disco de los Arctic Monkeys. La primera lectura sería que la agrupación en este punto de su carrera, ha entrado en la fase de experimentación y calma al que todas las grandes bandas llegan cuando se cansan de sonar igual y hacer lo mismo después de tantos años. Ya no necesitan demostrar su valía ni su talento y la búsqueda de inspiración los lleva a temas más conceptuales como los viajes espaciales o la ciencia ficción y su experimentación con el futuro.
Lo anterior nos explicaría porqué Tranquility Base Hotel & Casino luce como un trabajo conceptual que hace mucho no se ve en los discos del rock mainstream. Estamos tan acostumbrados al reinado del sencillo, que si no escuchamos completo el nuevo álbum de Arctic Monkeys, tal vez podríamos no entender qué es lo que estamos escuchando.
Esto se asemeja a lo que en su momento hicieron The Beatles con Sgt’s Pepper and The Lonely Hearts Club Band, donde la creación y la complejidad de las canciones era lo único que los llenaba como artistas, ya que habían entrado a una madurez tal, que los medios ya no los intimidaban y el ego se encontraba en un estado estable donde la mente se podía concentrar en nuevos horizontes.
Si esta lectura es correcta, estamos frente a uno de los álbumes más esperados del año y los fans que han acompañado a la banda podrán entender que no había otro camino hacía donde ir después de todo lo que han dado en sus trabajos anteriores. Es el deseo forzado de 4 individuos de encontrar nuevas voces y sonidos cuando parece que ya lo han encontrado todo.
La segunda lectura (por la que me inclino más), es que vivimos los tiempos musicales en que la industria esta tan sumergida en su propio mundo de consumo, que las grandes bandas pasaron de ser aquellas que se inspiraron en grandes músicos del pasado, a ser ellas ahora las que inspiran a otros y la inspiración en la furia y el descontento se acabó. El problema es que el nivel musical del entorno ya no alimenta de la misma forma y aunque las canciones del disco son impecables, debo destacar que no hay ni un solo riff de guitarra que te permita recordar que esta banda alguna vez dependió de ese instrumento para construirse a sí misma. Siguen siendo ellos, pues sabemos que lo son, pero han dado un salto tan grande hacia una dirección completamente diferente, que bien podrías poner el disco completo en un elevador y nunca darte cuenta de que se trata de canciones diferentes.
Los temas son hermosos, eso sí, hechos con todo el cuidado de una producción profesional y perfeccionista. Sin embargo, no me imagino lo que debe de pasar por la cabeza de Matt Helders, baterista de la banda, al no tener ni un redoble en las 11 canciones que conforman el álbum, bien podrían poner una caja de ritmos en vivo y nunca darnos cuenta que Helders se fue de vacaciones.
https://www.youtube.com/watch?v=DHMBJ2do1XU
Es evidente que la guitarra en esta ocasión no inspiró a Turner a escribir el álbum, la presencia del piano como instrumento base de este material está en todas partes. Imagino todas esas guitarras que Gibson no vendió, y no puedo dejar de pensar en esos adultos como yo, que alguna vez se pararon en un escenario con sus preciadas guitarras orgullosos de poder tocar o cantar una de las canciones de Arctic Monkeys y cómo los jóvenes ahora inspirados por las bandas de la actual industria musical se deciden por comprar un sintetizador, una caja de ritmos y un software que les permita crear un hit bailable o una melodía seductora para ser famosos.
El disco ya está disponible en cualquier plataforma para escucharlo en streaming, descargarlo o comprarlo en físico. Les recomiendo que lo adquieran, para que puedan poseer un pedazo de la historia del Indie rock y para que aquellos que alguna vez idolatramos a los héroes de la guitarra en cualquiera de sus formas, podamos contarles a los que vienen detrás de nosotros, del momento exacto en el que una de las últimas grandes bandas de rock dejó de usar guitarras.