El conflicto en el Medio Oriente es como un ogro verde, más bien vamos a compararlo una cebolla, con muchas capas entorno al verdadero meollo del asunto. Capas políticas, económicas, pero sobre todo, ideológicas. Y que por más que quisiera explicarlas, sería sólo una versión y un lado de la historia. Dentro del conflicto en el Medio Oriente está el conflicto israelí-palestino que aun con un tratado de paz firmado, esta “armonía“ sigue sin hacer acto de presencia.
El conflicto Israeli-Palestino es una realidad que se vive a diario en esta tierra, Tierra Santa para algunos, Tierra Prometida para otros y “la única tierra que hemos conocido” para tantos otros. Capas a niveles políticos y económicos que afectan la vida social y económica de familias en ambos lados del muro divisorio pero que se intensifican aun más del lado donde aún no hay soberanía de estado.
El acuerdo aduanero estipulado en 1994 como parte del Protocolo de Paris para las economías de Israel y Palestina, así como la proximidad geográfica entre ambas, ha puesto a Israel como el importador y exportador mayoritario de Palestina. En el 2015, Israel absorbió 84% de las exportaciones palestinas y 58% de las importaciones palestinas provenían de Israel.
Este acuerdo de “juntos pero no revueltos”, trajo implicaciones al desarrollo de Palestina y hoy continúa complicando el potencial de comercio para este pueblo. ¿Por qué?, porque el potencial y la capacidad de producción de Palestina sería mayor, no se obligaría a los negocios palestinos al tránsito forzoso por territorio israelí ni al apego a los términos burocráticos y relaciones comerciales de este último. Esta capa es también parte de la realidad del ogro verde en el proceso de paz en el conflicto israelí-palestino.
Sin embargo, organizaciones no gubernamentales encausan esfuerzos para generar un cambio en el potencial de comercio entre israelíes y palestinos dentro de esta complicada y compleja capa del conflicto. En esta instancia, tuve la oportunidad de colaborar en proyectos que tenían como objetivo fomentar la cooperación comercial regional, y por ende, la paz entre ambas identidades. En el centro que trabajé toman en cuenta los obstáculos del actual status quo como oportunidades para elevar el estándar de producción, de las instituciones y así la calidad de vida de familias en Palestina.
Fue entonces, en el trabajo diario, en el “ir y venir“ entre Israel y Palestina, que me di cuenta cuán difícil y duro es “trillar esta tierra” para cosechar desarrollo económico en un contexto político antagónico y limitante, tomando en cuenta la situación social de incertidumbre y fragilidad ante actos de violencia.
En algún momento le comenté mi frustración, maquillada como consternación, a un exfuncionario público de la Autoridad Palestina, quien con tan acertadas palabras me contagió esperanza y pasión para seguir en estos menesteres. Me comentó que aun después trabajar por mas de 25 años en temas de desarrollo económico, brindar apoyo a este tipo de proyectos es de las pocas maneras de transmitir esperanza real al pueblo palestino y conseguir poco a poco el desarrollo añorado (aunque pareciera que se está picando piedra).
No recuerdo sus palabras textuales, no obstante después de prender su segundo cigarrillo de la mañana me dijo algo así como:
“Esta difícil y dura realidad no cambia la necesidad de continuar trabajando y abogando por nuestros derechos.»
Su cabello blanco me mostró entonces, la fortaleza ejercitada por tantos años de pesados kilos de frustraciones.
Esta capa es: CAPA-cidad extraída de la necesidad de encarar al conflicto con esperanza activa, de cambiar realidades poco a poco (o mucho a mucho) dentro de nuestras trincheras profesionales como tantos israelíes y palestinos lo hacen hoy y día con día.
Y cómo mi papá siempre dijo: “A rajarse a su rancho”, y como estaba muy lejos, no era opción.