“Pies para que los quiero si tengo alas pa’ volar”
(1953, Frida Kahlo)
Frase celebre de la pintora mexicana Frida Kahlo cuando su discapacidad ya la tenía tendida en cama un año antes de su muerte. Una frase que entre tantas cosas habla de la capacidad interior del ser humano para sobrellevar y crear belleza en medio de la adversidad.
Llegué a Israel hace un año con una idea muy vaga de lo que sería estar aquí pero con las emociones a flor de piel de vivir en un lugar totalmente ajeno a lo que yo creía mi realidad. Ajeno desde el tipo de comida e idiomas, hasta la manera de negociar el precio de un kilo de tomate o de un par de zapatos.
Mi realidad es ser de la frontera norte de México, de Ciudad Juárez, Chihuahua, y aquí tener que verme en la constante necesidad de explicar que Juárez es más que solo narcotráfico y violencia. Aunque esos también sean parte de la pasada realidad de mi ciudad. Pero es también la característica resiliencia de la gente de Ciudad Juárez que la ha mantenido en pie y por la cual estoy tan orgullosa de ser oriunda. Este contexto fue el que me atrajo a Israel, un lugar que al igual, carga con un estigma de guerra y conflicto pero que por su resiliencia también se le conoce por su innovación y tecnología.
Ya un año aquí y la complejidad del país donde resido aun no la entiendo. Entre sonidos de shofar y llamadas de oración provenientes de mezquitas aledañas, sabores como del pan pita recién horneado y aceitunas curtidas. Israel es un mosaico de colores, sabores y canciones. Su resiliencia es palpable en la sonrisa fraternal del señor con kufiyya sobre su cabeza fumando arguila en la Ciudad Antigua de Jerusalén o en la ferviente fe de la señora de falda larga meciendo su cuerpo para enfrente y para atrás apretando un pequeño libro frente al Kotel. La identidad de la gente de este lugar fue tejida con cordón de oro: con hilo de resiliencia y afrenta a las dificultades.
La difícil y compleja coexistencia entre israelíes y palestinos se tensa por la intrincada situación política, económica y social poniéndolos en una situación de conflicto entre ambos. Sin embargo, en mi experiencia este conflicto no ha sido al que yo he sido bienvenida y acogida. Cuando llegué a Israel a las 4am un día de octubre, un israelí hablando español a la perfección me dio la bienvenida y con tan fraternal amabilidad cargó mis dos maletas de sobre equipaje hasta un quinto piso.
Después en Palestina, viví un mes con una familia de quienes sus tres hijas se convirtieron en mis estrictas y más queridas maestras de árabe y que por ningún motivo me perdía comer en casa con ellas. Para ser honesta llegue al medio oriente por mi interés en el conflicto israelí-palestino y comprender un poco más como se puede lograr un desarrollo con este contexto— que en dimensiones muy diferentes, Ciudad Juárez y México también lo viven.
Por el momento estudio la maestría en Estudios de Desarrollo Comunitario Global en la Universidad Hebrea de Jerusalén. El programa trata sobre como unir las problemáticas de desarrollo con las diferentes áreas de la sociedad, estas sean: la educación, la política publica, el arte, los negocios, el medio ambiente y más. El programa de maestría es muy demandante pero dado el contexto de Israel/Palestina, el aprendizaje continua aun fuera del salón de clase: tanto con la amabilidad de israelíes cargando mis maletas como con palestinos abriendo las puertas de su hogar.
Con la mirada en Ciudad Juárez al horizonte, seguir en la carrera de Desarrollo tanto en el contexto local como en mi contexto nacional llama a la perseverancia y al “si se puede”, mismos que forjan la resiliencia que conozco de casa y que es tan palpable aquí.
Frida decía que no quería su pies porque tenía alas para volar; pero yo he necesitado mis pies para dejar a mis alas volar.