Recuerdo que la primera vez que acudí a un mercado fue de la decidida mano de mi abuela. Era domingo por la mañana cuando de pronto estaba cargando una pequeña bolsita de ixtle[1] con colores muy vivos y combinados peculiarmente. Todo pintaba bien, hasta que empecé a sentir una terrible comezón en el brazo, pero quejas no estaban dentro de las palabras que a ella le gustaba escuchar, además de que la bolsita en cuestión ya de por sí, me parecía por sí misma una aventura.
Caminamos un par de calles; de la iglesia a “La Dalia”, he ahí nuestro destino final… el Mercado. Ese primer contacto marcó el vicio que tengo por estos lugares. Definitivamente es un gusto especial.
La experiencia
Llego a la entrada principal y observo esa variedad de flores majestuosas con fragancias embriagadoras, canastas llenas de colores y texturas, varitas de durazno, dalias, alcatraces, rosas, crisantemos, girasoles, margaritas, tulipanes, gerberas y nubes… esperando todas pacientemente su turno para alegrar a alguien.
Siguiendo con la terapia de color, caminamos por los pasillos congestionados de gente escuchando el regateo común del lugar en locales repletos de productos frescos como nopales, aguacates, limones, chiles de tonalidades maravillosas y sabores desafiantes, flores de calabaza “tiernitas” y deliciosos elotes cacahuacintle. A unos cuantos pasos más encontramos jícamas, mandarinas, piñas y sandías, si te acercas un poco puedes probarlas con el típico chile piquín acidito para lograr cierta explosión de sabor que simplemente sería en vano tratar de describir.
El área dedicada a la comida es totalmente asombrosa, podemos encontrar desde una típica quesadilla hasta un mole negro hecho con productos oaxaqueños que obviamente puedes adquirir ahí. El olfato se despierta siguiendo un aroma a café de olla hecho por una señora amable que te ofrece un poco más de tan preciado líquido, pero se niega rotundamente a compartir su receta… “era secreto de mi abuela” se justifica. Yo recuerdo en su sonrisa a la mía.
Los comerciantes que atienden los locales de la carne, pollo, pescado y puerco son, la mayoría de las veces, muy amables, encuentran la frase perfecta para levantar el estado de ánimo de una ama de casa preocupada por la economía del hogar. Ellas regresan con las compras en la bolsa y con una leve sonrisa en la cara como “pilón”.
Las cremerías ofrecen natas traídas de Toluca, quesos de Puebla y cajeta de Guanajuato; las pruebas de ate con queso no se pueden dejar pasar.
Encontramos también personas que dedican su tiempo a la reparación de electrodomésticos, hechura de llaves, arreglo de prendas de vestir y hasta plomería. Siguen los pasillos de telas, ropa y disfraces para toda ocasión.
A la salida de los mercados encontramos a aquellos comerciantes que traen directamente su producto, de Xochimilco recibimos deliciosas tortillas de maíz hechas a mano, chayotes con espinas, cuitlacoche, queso de rancho y tlacoyos. Pienso que algo parecido debió pasar con el comercio en la antigüedad.
Hubiese disfrutado mucho conocer el Mercado de Tlatelolco de 1519, el bullicio debió ser muy parecido al de hoy… su trueque, las semillas de cacao, el olor a vainilla, el pulque y el algodón.
Vienen a mi mente aquellas líneas que leí hace algunos años ya…
“Los españoles estaban admirados de todo lo que se ofrecía a su vista. Abajo estaba la plaza del mercado donde se movía una ingente multitud, comprando y vendiendo. Marina escuchó decir a un soldado que había viajado mucho que aquella plaza muy bien podía compararse con la que vio en Constantinopla.”[2]
Si quiero adentrarme un poco más, tal vez sería buena idea darme una vuelta por Palacio Nacional y observar a detalle el mural de Diego Rivera donde plasma justamente la magia de tan relevante centro comercial. Otra buena opción es acudir al museo Nacional de Antropología donde hace años recuerdo haber visto una maqueta del mercado de Tlatelolco.
Pretextos no tengo y posibilidades existen ya muchas, muy probablemente termine un sábado paseando justamente por la plaza de las tres culturas y después busque un mercado donde comprar una bolsita de ixtle… de esas que ahora suelo coleccionar.
Referencias
[1] En México, nombre genérico de todas las plantas que producen fibras vegetales, especialmente el agave.
[2] Miralles, J., (2004), La Malinche, México DF, México: Tusquets editores.