Despertar después del 19 de septiembre es un decir, porque ni siquiera dormí.
Ese 19 mi mamá y yo íbamos a salir a escoger el marco para la fotografía de generación y de paso buscar un vestido para mi fiesta de graduación. A la 1:00 pm comencé a subir fotos a mi Instagram de la Marcha a la que había ido un día antes en contra de los feminicidios, donde Mara Castilla era el emblema, no sabía que sería la última vez que iba a ver el centro de mi ciudad, Puebla, de esa manera.
Lo que recuerdo de la 1:14 pm no es preciso. Pero con certeza pude comprobar que sí, puedes ver tu vida pasar en un instante, y vida es todo, no nada más tu ser. Ves a tu familia, a tus vecinos, tus cosas, tu mascota, tu hogar, lo que te configura como persona podría disiparse en segundos y solo sobrevivir en forma de recuerdos.
Creía que era un cliché decir que los daños materiales no importan, pero cuando el servicio de luz volvió a mi casa casi dos horas después y pude ver en imágenes lo que pasaba en el centro y sur del país a esa frase le sobró sentido. Todo era un caos.
Por ahí leía que las probabilidades de que sucediera un 19 de septiembre igual que hace 32 años era de 1 entre 730, también recuerdo haber visto cifras que señalaban una posibilidad del 5% para volver a repetir un fenómeno con estas condiciones, leí teorías absurdas y escuché comentarios inclinados a la paranoia, así que fueron días de consumir mucha información, tanto apócrifa como real.
Y entre todo ese bullicio, igual que las nubes formadas por el humo de los escombros reaparecieron nuestros enigmas, porque más allá de estar construidos sobre un lago o el Cinturón de Fugo del Pacífico que aumenta la actividad sísmica, México se erige sobre una profunda historia de impunidad.
El terremoto del 19 de septiembre de 2017 mató a más de 300 personas a las cuales habrá que sumarle las 98 personas fallecidas 12 días antes por otro movimiento telúrico con epicentro en Pijijiapan, Chiapas; todas esas muertes, tenían como acompañante un cúmulo de irregularidades que hoy por justicia y respeto deben sobresalir y exponerse, porque la muerte en este país comienza desde la vida misma, la corrupción es un mal permanente que astilla nuestra libertad.
Entre las víctimas yacen permisos dados a inmobiliarias tomados con demasiada ligereza, falta de supervisión en materiales y diseños de obras que se pasaron por alto las nuevas reglas de construcción instauradas después de 1985, en un instante desapareció el único patrimonio de muchas familias, años de trabajo y esfuerzo para conseguir una falso bienestar, porque bajo esos techos de edificios construidos por inmobiliarias que hoy se reportan como desaparecidas, esas personas jamás estuvieron seguras, sin importar las costosas rentas ni el auge de las colonias donde se encontraban.
La Secretaria de Desarrollo Urbano y Vivienda (SEDUVI) e incluso, la Secretaría de Medio Ambiente (SEDEMA), ambas de la Ciudad de México, otorgaron permisos a diestra y siniestra comprobando la ineptitud de nuestro sistema y sus instituciones, que enaltece un desarrollo exacerbado y sin medidas de precaución que salven a la población de eventos como el 19S. La Secretaria de Educación Pública (SEP) y el Instituto de Verificación Administrativa (INVEA) se unen al listado, estas instituciones permitieron la operación de escuelas con rutas de evacuación ineficientes, supervisión nula para restauraciones, nuevas edificaciones dentro de los planteles y la negligencia de las autoridades para atender las denuncias hacia las edificaciones.
En el vertedero destapado hace dos semanas pudimos ver como la desigualdad laboral y de género te matan, una vez más. Chimalpopoca en Ciudad de México fue el claro ejemplo. Igual que hace 32 años cuando murieron cientos de costureras que se encontraban laborando en talleres clandestinos, esta vez el misterio volvió a nublar toda posibilidad de esperanza. No había listas oficiales de desaparecidas, pero hubo rumores por parte de quiénes vieron sus rostros entrar diario para entregar su mano de obra a un lugar donde las condiciones caían en esclavitud. De esa fábrica, no hubo nadie que se quisiera hacer responsable, pero sí hubo cuerpos, 22 como cifra oficial.
Y más allá de este sinfín de errores que evocan un fracaso inminente, cegado y lleno de hastío, habrá que localizar los propios, los que radican en nosotros. En esta tragedia nos tocó entender la importancia de conocer, de no desentendernos por lejanía, de interesarnos aún más, de preguntar, de no ignorar, de unirnos y de reconocernos afortunados en algunos casos.
Es urgente entender que en todo municipio azotado de hoy, existe desconocimiento. La precariedad con la que viven las comunidades más alejadas es un síntoma de nuestro centralismo geográfico y la falta de atención de lo que creemos no nos ataña. Si el gobierno ignora los 112 municipios de mi estado declarados en emergencia, yo no lo quiero, ni debo hacer, allí hay memoria histórica valiosa, hay gente con necesidades desde antes de los sismos, allí lo único que sobra es el olvido.
Despertar después de un temblor, no es abrir los ojos al día siguiente, despertar debe ser más bien un acto de rebeldía, no podemos ser los mismos envueltos en novedad. Esto va más allá de una división generacional, radica en nuestra capacidad para no olvidar, para hacer lo justo y para no ignorar.
México no volvió a ser el mismo después del 85 y no debe ser el mismo después del 2017. Habrá que empeñarnos en no soltar al país y recordar que ese desconocido que hoy ayudamos, es aquel que daría la vida buscandonos entre escombros.
No tenemos derecho de ser los mismos de antes.