Cuando te conocí me caíste muy mal, pero ahora que hemos tenido la oportunidad de convivir, que hemos trabajado juntos, puedo decir sin lugar a dudas…
Que me caes todavía peor.
Me lo dijo así, tal cual, con el tono de voz neutral, tan natural, que se usa para comentar sobre lo caluroso del día o preguntar por la familia mientras se espera turno en una fila, así como si nada, para después volver a levantar el periódico y hundir la mirada en sus páginas.
Yo me le quedé viendo, ni siquiera había dejado mi portaplanos en el suelo, (aunque hice el ademán de hacerlo, fue solo eso; un ademán), miré la taza de café aún vacía y observé a las camareras del bar de la esquina. Por unos segundos no supe qué hacer, después apreté el portaplanos un poco más contra mi pecho, me levanté lentamente pero a medio camino dudé, y volví a sentarme. De nuevo me levanté (ahora del todo), empuje la silla un poco hacia atrás y sin despedirme caminé hacia la salida del restaurante, no sé si molesto, creo que no, sorprendido desde luego.
Esa confusión y sorpresa me acompañó todo el camino y me duró hasta ya bastante entrada la noche. En cama pude analizar mejor las cosas.
Era cierto, y quizá siempre lo había sabido, la verdad es que me había engañado a mí mismo todos estos meses: nunca le caí bien al doctor. Si bien nunca había sido abiertamente hostil con mi persona, ahora recordaba ciertas sonrisas veladas, del tipo condescendientes, que me había dedicado cuando buscaba su confirmación del historial clínico. Ahora que lo pienso… nunca habíamos conversado de nada que no fueran temas de trabajo, jamás algo personal, únicamente trabajo… -vaya, las pruebas estaban ahí y yo pensando que era su amigo- me dije hacia mis adentros.
Mi sorpresa pasó a enojó, y después a tristeza. Nunca es fácil, supongo, entender que una persona que admiramos simple y llanamente no nos traga. Vaya, que no nos puede ver ni en pintura, como se dice por ahí, y quizá aparezca la pregunta que te harías ante una situación así, o bueno, por lo menos la pregunta que alguien como yo se haría… ¿Por qué?
Si tuviera – y no tengo- capacidad de autocrítica, podría analizar mis defectos a la luz de los hechos recientes, pero eso es un lujo que en nuestra profesión no se puede permitir. Nosotros no podemos criticar nuestras debilidades y defectos, mas los colegas sí lo pueden hacer –de hecho lo hacen- pero la crítica la transmiten a los advenedizos de la profesión que nunca llegarán a tener la responsabilidad que nosotros tenemos (o también, a gente cualquiera cuya opinión no tiene demasiado peso en nuestros ánimos).
Nunca había oído, ni me hubiera parecido posible incluso, que un colega lanzara de manera tan directa su animadversión hacia otro de su propio gremio, es aquí donde el “por qué” se vuelve tan importante; no por reflexionar sobre mis antipatías, reacciones y costumbres desagradables. Si no, ¿por qué se habría animado el doctor a sincerarse de esa forma tan brutal conmigo cuando soy precisamente el prototipo de aprendiz lógico para alguien como él?
Sus estudios han logrado salvar cientos de vidas. Mis procesos y métodos, basados enteramente en esos mismos estudios, han acercado nuestros esfuerzos hacia la misma meta final, entonces ¿cómo es posible que ante un objetivo de tan altos vuelos y alcances, un mero “ me caes mal” atrase en diez o veinte años nuestros resultados? Esto es algo que simplemente no se puede permitir…
No lo voy a permitir -me dije justo antes de que el sueño me venciera.
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