Al intentar salir de casa alguien me detuvo. Un hombre de bata blanca.
¡¿Qué hacía un desconocido en mi casa?!
Aquel sujeto de casi dos metros me tomó del hombro y me interrogó, ¿a dónde vas?, dijo. Quité su mano e intenté golpearlo pero logró esquivarme.
Con mucha agilidad logró tirarme de cara contra el piso, quedando él sentado arriba de mí para poder detener mis movimientos.
Otros dos hombres vestidos de la misma manera acudieron rápidamente proviniendo de la sala y la cocina, me tomaron de los brazos y empezaron a colocarme una especie de soga de color blanco.
Del miedo, quedé paralizado. El primero repetía, ‘está teniendo otro episodio, traigan la jeringa. Uno de ellos sabía de mi cita a las 10:30 y… conocían al doctor.
Todo era muy confuso. Intenté aclarar mis ideas y pensar detenidamente… Quizá el doctor me había tendido una broma de mal gusto, pues justo eso hacía cuando alguien le disgustaba.
– Ya me podía esperar cualquier cosa de él, ¡aunque jamás me habría imaginado algo así! Todo lo relacionado al asunto me parecía repentino. Me sentía ultrajado.
Cuando vi que la broma subía de tono y sostenían realmente una jeringa cuya aguja era enorme, intenté quitármelos de encima pero me fue realmente imposible. Nombraban al doctor continuamente y amenazaban con llamarlo para mantenerlo al tanto. Yo no comprendía bien porqué…
No merecía esto.
Sabía que no había sido una buena persona, mas había intentando enmendar mis errores asistiendo al grupo de los sábados en la iglesia de la esquina durante todos esos meses. La culpa se abría espacio en el pasado quedando en el olvido, y hoy había empezado una vida nueva.
Quizá el doctor había indagado en ese pasado y decidió jugarme una mala pasada.
Pasé de pensar en el doctor a recordar que había olvidado el portaplanos pero ya era tarde.
Sin poder moverme, sentí la punta de la aguja desgarrando lentamente la piel de mi hombro derecho.
Todo borroso…
La sala sin muebles…
Paredes tenues…
Cosquilleo en todo el cuerpo…
Una camilla a lo lejos…
Mi casa…
Un hospital
Antes de cerrar los ojos vi la cara del doctor mirándome fijamente mientras escuchaba salir de sus labios: “loco”.
La parte 1 del Ejercicio literario a 9 plumas la puedes leer aquí.
Y la 2 acá.