¿Buscas esto? – preguntó.
Sacó un frasquito café opaco con una división a lo vertical, contenía los dos tipos de pastillas. Sus dedos largos me acercaron el frasco. La miré de nueva cuenta sin decir nada. Exhaló y arrojó el frasco al asiento de atrás. Encendí el auto.
Mientras manejaba sentía que los peatones ponían peculiar interés en mí, clavándome la mirada en cada alto. La sirena de un agente de tránsito me obligó a avanzar ante un semáforo verde cuya itinerancia lumínica me recordaba el frasco de píldoras que había rechazado.
Varios especímenes de jane politologus juris fueron encontrados en Sudamérica en septiembre de 1978 y fueron trasladados a Suecia por un espía conocido con el sobrenombre “Alan”, mejor conocido como “P”. Dicha planta tiene una característica especial: autopoiesis necrótica, es decir, se puede auto regenerar a partir de sus restos putrefactos.
La expedición no iba en busca de dicha planta sino de un mítico curandero de la Amazonia que había sido referido por varias personas como el mago capaz de devolver la vida. Al llegar a la aldea llamada Imacpacpa, se encontraron con un pueblo masacrado por paramilitares que surcaban un camino en la selva para transportar cocaína hacia los puertos del Oriente; la aldea estaba en su camino y los habitantes rechazaron la petición de los paramilitares de desplazarse a otra región.
Pudieron reconocer el cadáver del curandero por ser el que se encontraba empalado y con señales de tortura. Unos 30 cuerpos más estaban apilados y calcinados. Una especie de tatuaje, una línea curva con otras cinco líneas verticales que le encontraban, recordando la configuración de una concha marina, estaba impreso en la mayoría de las muñecas de los cadáveres cuya descomposición apenas permitía apreciar.
La ubicación correcta de jane politologus juris nunca fue descubierta y los expedicionarios en su frustración decidieron retirarse. En el camino fueron abordados por una mujer que se escondía entre arbustos y rocas. Ella hablaba el dialecto del pueblo. Con señas les pidió que le siguieran, cosa que hicieron de forma renuente al temer que se tratara de una emboscada.
Después de pocos minutos, la mujer hizo señas de silencio y les llevó a una choza pequeña y abandonada, que era utilizada posiblemente por los pobladores como refugio de las lluvias si estas les atrapaban de regreso a casa después de sus labores de recolección.
Les invitó a pasar y ella dijo algo ininteligible. Una niña pequeña, como de 5 años asomó su rostro. Se encontraba detrás de algunos maderos y cubierta con una manta de fibra gruesa.
- Ijt, Ijt – dijo.
- ¡Ijt, Ijt! – gritó.
El rostro de la mujer se endureció con la mirada de una madre frente a la última oportunidad de brindar vida a su hija. La pequeña miró a su madre, pero su madre no correspondió; tenía la vista clavada en uno de los exploradores, uno que resultaría ser Alan, o “P”.
La mujer repentinamente recordó algo, y de un rincón de la cabaña extrajo un pequeño bulto del que se desbordaba un poco de tierra fresca. La mujer abrió el pequeño bulto, de piel curtida, mirando a los hombres, como si les estuviera mostrando algo maravilloso. Era un montoncito de tierra de la que se asomaban algunos pétalos azules.
- ¿Ijt? – preguntó Alan en un tono incierto.
- ¡Ijt! – contestó la mujer, asiendo la mano de la niña y llevándole hacia Alan.
La mujer cerró de nuevo el bulto y lo amarró, entregándolo a Alan.
- Ijt – suplicó.
Alan no entendió en ese momento la decisión que había tomado al aceptar llevarse a Runa, como la llamaría, que significa “tradición secreta”. Escondida entre cajas de expedición y en el área de cargamento de un avión destartalado, Runa dejaría por muchos años su lugar de origen.
Alan no conservó a Runa. La entregó a una familia que la protegió con la particular observancia del “tío Alan”. A manera de homenaje, Alan sembró en el jardín de los Van Twist la tierra que la madre de Runa le entregó en la Amazonia.
Lo que sucedió con esa tierra y los jardines de los Van Twist detonó que Runa eventualmente se preguntara qué significaba ese tatuaje en la muñeca. Lo que sucedió en esos jardines provocó que Runa estuviera sentada junto a mí, en el asiento del copiloto.
- Aquí es – dijo Runa.
Un hombre viejo, de cabello largo, blanco, vestido de forma anacrónica, antigua, y sosteniendo el portaplanos, esperaba en la entrada de una puerta de madera con las inscripciones J y B. Runa le sonrió, y él le sonreía a ella.
La parte 1 del Ejercicio literario a 9 plumas la puedes leer aquí.
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