“Me encontraba caminando por la banqueta. Ví como un joven arreglaba una bicicleta afuera de su taller. Empezaba a oscurecer. En la esquina, dos hombres vestidos de negro me interceptaron por los lados, puse resistencia. Desaparezco…
Un bar sobre una carretera. Señoras burguesas platicando en periqueras en la terraza. Suponían que el esposo de su amiga era homosexual. La habría dejado por algún amigo suyo. Ella llegaría en cualquier momento a contarles todo.
La esposa llegó llorando. Lo secuestraron, gemía. En la mesa de atrás, dos hombres vestidos de negro sentados junto a una señora robusta de unos cuarenta, peinado de hongo y lentes con armazón oscuro. Las amigas de la esposa preguntaban agobiadas qué había ocurrido.
Me violó -repetía la esposa-. Me violó y claro que me dolió. Sobre la mesa habían unas hojas amarillas de denuncia. En su mano, un celular.
Uno de los hombres se acercó rápidamente a la señora, arrancándole el aparato de las manos.
La estamos vigilando, le susurró…
Caminó por la banqueta. Un joven arreglaba una bicicleta afuera de su taller. Empezaba a oscurecer.
Al cruzar la calle, en la esquina, dos hombres lo interceptaron por los lados. Puso resistencia. Antes de desaparecer, alcanzó a verme. En sus ojos, mi reflejo. Un joven de sudadera roja”.
Todos guardan algún secreto. Yo lo he encerrado en una cueva, amarrándolo a un poste de fierro pero en mis sueños aparece e insiste por dejar en descubierto mi sexualidad.
Mi psicóloga interpreta el sueño y me quiero negar rotundamente a caminar por aquella calle oscura donde guardo mis secretos. Jamás me ha gustado la oscuridad. Nada bueno podría salir de ella.
Creía que ningún detective sería capaz de ayudarme a conocer el enigma de mi propia alma hasta que descifró la sudadera roja.
Mujer. Nací mujer. Y supongo que no va a parecer ningún hombre en mi reflejo cuando me vea en algún ventanal. Pero existe esa incomodidad.
Desde hace tiempo, hay miradas que me siguen preguntándose mi género y al verlas, se escurren en las banquetas con todo y duda.
Algunas noches, ahogo el deseo de saberme e intento matar esa libertad que no sé si quiero conocer.
A veces pienso que es mejor encerrar el secreto en una jaula hasta que llegue el momento indicado y pueda dejarlo salir. La señora burguesa llora y el sentimiento de culpa me remite a esperar el día en que la vida se mire más clara.
Me gustaría creerte, le contestó a mi psicóloga después de un rato. Me gustaría creer cuando dices que todo estará bien. Tal vez eso me falta a mi y a muchos para dar un paso tan importante.
Busco la mejor manera de darle voz al silencio. Pasé de la actuación en obras de teatro a la escritura.Me gusta fotografiar lo que la rutina esconde, escribir mis sueños para convertirlos en cuentos y componer canciones.
Colaboro en Gestión Cultural y creo fielmente que el arte es un excelente antidepresivo.