Y empezamos esta semana con la resaca a cuestas que nos dejó el reciente debate -tan esperado y tan anunciado- de los cinco candidatos a la Presidencia de la República.
Memes, evaluaciones del debate a título personal -en su mayoría expresadas mediante el voraz aullido de las redes sociales-, declaraciones de triunfo por parte de los equipos de cada uno de los contendientes –como si lo único que importara fuera su protagonismo y no la solución a los problemas de la nación–, columnas de opinión, mesas de análisis, el debate del debate, la crítica de la crítica, entrevistas, percepciones políticas, etc, etc, etc; en síntesis, el bombardeo mediático incesante sobre un solo tema: el debate presidencial.
Pero, realmente, ¿qué nos deja todo esto?
Porque si revisamos la historia conforme a lo señalado por el director de la carrera de Gobierno en la Universidad Panamericana, José Antonio Salazar, en una entrevista para una famosa agencia de noticias internacional, los debates respecto a sus niveles de audiencia, han ido a la baja. Estos ejercicios electorales se introdujeron en nuestro país en un periodo de “profundización democrática” tras seis décadas del gobierno del PRI en su intento por “legitimar” las elecciones ante la sensación de fraude generada en los comicios de 1988 en los que Carlos Salinas de Gortari resultó victorioso.
El 12 de mayo de 1994 se celebró el primer debate presidencial en la historia de México tras la solicitud de los entonces candidatos Luis Donaldo Colosio y Cuauhtémoc Cárdenas.
En esa discusión participaron el aspirante del PRI, Ernesto Zedillo; el candidato del PAN, Diego Fernández de Cevallos; y el contendiente del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas. Por su buen desempeño se perfiló como vencedor a Cevallos, aunque al final de la jornada las elecciones las terminó ganando Zedillo con el 48% de los votos.
Y es que, de acuerdo con diversos especialistas, a pesar de que en los últimos 24 años se ha dado continuidad a la celebración de los debates, ha sido poco el impacto que han tenido en el comportamiento del voto al momento de las elecciones.
Por lo tanto, de permitir como ciudadanos que esa tendencia continúe, ignorando a la hora de elegir todo lo que pudimos identificar en ese tipo de ejercicios electorales, será aún más complicado el reto de tomar una decisión razonada e informada si de entrada no tenemos el compromiso por hacerlo.
Pero ahora además ese reto se ha profundizado, y es que, entre las ocurrencias de Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco”; la determinación enérgica pero sobreactuada de Margarita Zavala; el discurso repetitivo pero hasta cierto punto inteligente de López Obrador al posicionarse como la víctima atacada por el resto de los candidatos “montoneros”; y la batalla de descalificaciones entre los representantes de los dos partidos que nos han gobernado, me refiero a José Antonio Meade con una participación contundente y preparada, aunque con la densa sombra de la institución política que representa, y a Ricardo Anaya, tan ambicioso y voraz como de costumbre; el debate nos ha dejado con una interrogante más grande que al principio, porque todo esto vino a reiterarnos que al parecer el próximo 1° de julio nuestro voto tendrá que definirse en una boleta en la que tendremos que elegir de todos los males “el menor”.
Seguridad pública y violencia; combate a la corrupción y la impunidad; democracia, pluralismo y grupos en situación de vulnerabilidad; fueron los temas que se desarrollaron en este debate bajo la categoría de Política y Gobierno, aspectos que en mi opinión son torales en la crisis de inseguridad, injusticia e impotencia social por la que atraviesa nuestro país con un pueblo indignado y molesto con sus gobernantes por no ser capaces ni siquiera de salvaguardar la vida de sus ciudadanos.
Y así entre toda esta “debatinga” de candidatos, periodistas, analistas, opinólogos, politólogos, críticos y las miles de voces que se manifiestan en el inconmensurable universo de redes sociales que no dejan de hacer presente lo que muchos denominamos como “el encabronamiento colectivo de México”, hago una pausa y me pregunto: ¿realmente ya tengo claro por quién voy a votar?
La verdad no.
Y si ustedes comparten ese sentimiento de elector indeciso y atribulado, es indispensable saber y ser conscientes de que no es tiempo de resignación y mucho menos de indiferencia, porque hoy más que nunca el presente y el futuro de nuestro país está en juego, y la elección del nuevo rumbo está en nuestras manos.
Por lo tanto, no dejemos de observar, de leer, de escuchar, de investigar y de considerar todo lo que se muestre en los diferentes ejercicios electorales como en el caso de los debates. Porque si bien vivimos en una era en la que las nuevas tecnologías de la información nos bombardean y pareciera imposible ser ajeno a la realidad, también está latente el amenazante paso de las fake news y de un ciberespacio que está tan saturado que podría convertirlo todo en “nada”.
Sin duda, esta tarea no será sencilla, pero si realmente nos comprometemos a tomar una decisión sesuda y consciente, el cambio podría traer consigo el bienestar de todos los mexicanos. Ya que, si no exigimos lo que por derecho nos corresponde con argumentos informados y razonados, nos condenaremos a tener un gobierno, que ante nuestra indiferencia, probablemente vamos a merecer.