Elefante blanco en bicicleta – Infraestructura ciclista en Puebla fue originalmente publicado en pedestre.cl
Parte de la belleza de la infraestructura ciclista es la economía de recursos necesarios para que sea realidad. Si se lo propone, una ciudad no requiere destinar un presupuesto muy abultado para contar con circulaciones y estacionamientos de calidad. Sí, ocupan espacio, pero no demasiado: en las grandes avenidas generalmente sobra pavimento vehicular, y en las calles locales las ciclovías no son imprescindibles, que con un diseño adecuado pueden convivir sin mayores problemas y en el mismo lugar bicicletas, peatones y vehículos motorizados. El tema técnico tampoco constituye mucho obstáculo: no hay para qué gastarse una millonada en consultores internacionales cuando formar expertos locales en el tema es asunto relativamente rápido y sencillo. Así, con unos 10 millones de dólares –una bicoca en el mundo de la infraestructura urbana- una ciudad puede contar con una red de 100 kilómetros de ciclovías de alto estándar (USD 100 mil por kilómetro) en menos de un año si se pone las pilas con el tema. Al menos en el papel, basta un período de administración municipal o estatal para crear una red que siente las bases para poner a pedalear a gran parte de la población.
Ahora bien, el denominar ciclovía a una circulación no hace que una obra de infraestructura esté hecha a la medida de la bicicleta. Y aunque los presupuestos hablen más que mil discursos, la inversión millonaria en este tipo de infraestructura no es necesariamente sinónimo de compromiso con el pedaleo urbano. A fin de cuentas, elefantes blancos, efectistas pero no efectivos, hay en todas partes, y el mundo de la movilidad sustentable no es ajeno a ellos. Pienso esto al subir a las alturas de la ciclovía elevada de la Autopista Atlixcáyotl en Puebla. Es mediodía, el sol pega duro en el pavimento, y me encuentro absolutamente solo, a 5 metros de altura y en medio de 14 carriles de circulación vehicular, 7 a cada lado. En los diez minutos que dura mi recorrido me cruzo con dos peatones y dos ciclistas. El problema no es de tamaño ni de presupuesto: esta estructura elevada es parte de un total de 4 ciclovías que en conjunto suman 30 kilómetros. La inversión no fue menor: 640 millones de pesos, equivalentes a algo así como 36 millones de dólares, o si se quiere, 1.2 millones por kilómetro de infraestructura, 6 veces más de lo que cuesta un kilómetro de alto estándar a nivel de suelo. Todo para que pedaleen dos personas un martes a mediodía (sí, no es la hora de mayor demanda, pero dos usuarios en diez minutos se acercan peligrosamente a ni uno). La soledad intimida.
¿En qué falla el elefante blanco poblano? En primer lugar, en ir contra la máxima que señala que las circulaciones a pie y en bicicleta, salvo casos muy excepcionales, siempre deben hacerse a nivel de suelo. Subir y bajar cinco metros es engorroso, aburrido, cansador, y la mayor parte de las veces innecesario. Si la ciclovía de la Autopista Atlixcáyotl está en las alturas, no es tanto para proteger a sus usuarios como para facilitar el tráfico vehicular que se da abajo. En este sentido, compromiso real no era gastarse una millonada en esta estructura, sino quitar un carril de los siete por sentido de los que gozan los automovilistas para que pudiera ser ocupado por la población pedalera. Con un buen diseño de cruces, esta infraestructura resulta segura, y de paso puede ayudar a mejorar la circulación peatonal hoy existente, tremendamente hostil con quien se aventure a hacer sus pasos en ella. Pedalear en las alturas conlleva el problema adicional de los ascensos y descensos, que pueden resolverse a través de elevadores, solución cara y que exige un gran esfuerzo de mantenimiento, o de largas rampas, más económicas pero que ocupan mucho espacio y resultan tremendamente poco atractivas de utilizar.
La experiencia de pedalear en las alturas puede ser interesante por la posibilidad de contemplar el paisaje de la ciudad desde una perspectiva distinta a la habitual, pero los beneficios de esta experiencia desaparecen si acceder a ella resulta complicado, o si las distintas estructuras no son parte de una red mayor que permita comunicar fácilmente puntos de origen y destino. Como me dijo un ciclista local, al menos esta ciclovía está subutilizada porque va de ninguna parte a ninguna parte. No sé cómo será la utilización en los otros tres tramos, pero algo me dice que no es muy intensiva, o al menos no para justificar un esfuerzo que perfectamente pudo haberse hecho en tierra y a un costo mucho menor.
La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa: de nada sirvió como experiencia el sonoro fracaso de la ciclovía elevada construida junto al Periférico de la Ciudad de México, hoy parcialmente desmantelada. Megalomanía y despilfarro que le hacen un flaco favor a la difusión del uso de la bicicleta en la ciudad: si la gente no la usa, los ciudadanos difícilmente apoyarán otras iniciativas ciclistas en el futuro, por muy bien planteadas que estén. Por eso no hay que engañarse: el objetivo de esta ciclovía no era fomentar el uso de la bicicleta, sino poder contar con una obra atractiva desde el punto de vista comunicacional, que se viera bien en la foto de inauguración: el blanco de la estructura metálica haciendo juego con el blanco de la sonrisa del Miterrand tercermundista que la impulsó.[1] Eso quizás se logró, pero a un costo demasiado alto. Ganó el que construyó el armatoste, pero perdió la ciudad, perdió la bicicleta.
Notas
[1] Alusión al expresidente francés François Miterrand (1981 a 1995), célebre entre otras cosas por su ambicioso plan de infraestructura
Arquitecto, planificador urbano, bloguero. Siempre tratando de pasar liebre por gato.