Fraudes recientes en la democracia mexicana
La política en México aún tiene rasgos de estar en la era de la posrevolución. Esa característica que todos los turistas aman de México y que comercialmente se usa para describir nuestra sociedad y cultura como un lugar donde convive la historia antigua con la modernidad, no solo aplica al paisaje o arquitectura sino a todas las esferas de la vida en nuestro país.
Un ejemplo de esto puede ser la percepción del proceso electoral que determina cada 6 años quien será el próximo presidente de México. La mayoría de nosotros aún concibe este periodo como un proceso que se limita a plasmar un voto sobre una boleta de papel y depositarlo en una urna de cartón el domingo de elecciones.
La imagen que tenemos de este procedimiento, mayormente es de corrupción, fraude y decepción. Las grandes verdades y mentiras de nuestra simulación democrática se mueven dentro del periodo llamado campañas electorales que en teoría es cuando los candidatos presidenciales deben convencer (mediante actos públicos) a la población, o mejor dicho, al electorado, de votar ya sea por uno o por otro, haciendo uso de su carisma, elocuencia, poder de convocatoria y la calidad de propuestas.
Pero en realidad, el juego de la democracia se juega en otro campo, en uno más sórdido, de manipulación y secretos.
Aunque asumimos que vivimos en un país democrático, es por todos conocido que las campañas electorales nunca son del todo transparentes, que el sistema está manipulado y que nunca por medio del voto indeciso se le podrá ganar a la máquina electoral.
Aunque este secreto a voces domina el panorama de la “democracia” en México, es un hecho que los fraudes electorales en nuestro país se han caracterizado por ser completamente “análogos”, es decir, que recurren a procedimientos físicos o mecánicos para provocar dicho fraude.
Son bien conocidos términos como “embarazar” urnas con votos falsos, hacer que los muertos voten, manipular la cantidad de boletas disponibles por casilla, engañar al sistema de conteo, etcétera. Estos actos han tenido como característica utilizar el voto fabricado para inclinar la balanza a beneficio del mejor postor y así ganar las elecciones tal y como sucedió en 1988 con la campaña que llevó a Carlos Salinas a la presidencia y en el 2006 cuando Felipe Calderón se volvió presidente del país.
Existen métodos para poder detectar fraudes electorales. Uno de ellos es la Ley de Benford que nos ayuda a analizar con buena precisión la probabilidad de aparición de ciertos dígitos significativos en las cifras de muchos procesos que generalmente obedecen a un patrón.
Esto se puede aplicar en comprobar la alteración en el conteo de votos de una elección, midiendo la frecuencia con la que aparecen ciertos números en un mar de datos. Una secuencia de números aleatoria, natural, se presenta sin patrones continuos uno tras otro. En una alteración, debido a que se inventan o fabrican los datos las secuencias o patrones aparecen más seguido como cuando hacemos una plana o usamos un valor repetitivo con tal de alterar.
Sin embargo, como casi todo en estos tiempos de alta tecnología y baja moral, la astucia puede superar cualquier obstáculo, lo que obligó a quienes buscan llevar a cabo un fraude de este tipo, subir al siguiente nivel, o sea no basar el fraude en el voto dado desde la fase de elecciones, sino que irse más atrás: a la campaña. Influir en la intención del voto del público de manera directa. Alguien podría preguntarse, ¿qué no es ese el propósito de una campaña, influir en el voto?
Sí, rotundamente. En términos prácticos, la campaña es ese proceso en el que un candidato llama al voto, mediante propaganda, proselitismo, debates, discursos y cualquier otro método que permita convencer a un sujeto ¿Cuál es el fraude entonces?
Según la definición de la Asociación de Examinadores Certificados del Fraude (ACFE por sus siglas en inglés) el fraude es “Una declaración falsa a sabiendas de la verdad o la ocultación de un hecho material para inducir a otro a actuar en su detrimento”. Con esto en mente, la pregunta es, ¿cómo pueden los políticos manipular a alguien a tal grado de garantizar que la intención del voto sea a favor de un cierto candidato y no de otro?
El papel de las redes sociales en las democracias modernas
La respuesta a esta pregunta se disfraza peligrosamente de una genialidad. Sobre todo, porque nos lleva al punto real de esta nota. La creación de las redes sociales y el uso que le damos a estas plataformas de interacción humana en nuestra vida diaria.
En palabras del Gerente de Producto de Facebook, Samidh Chakrabarti: “Si hay una verdad fundamental acerca de las redes sociales y su impacto sobre la democracia, es que amplifica la intención humana, tanto mala como buena […] Desearía garantizar que lo positivo está destinado a opacar a lo negativo, pero no puedo […] En el mejor caso, nos permiten expresarnos libremente y tomar acción. En el peor de los casos, le permiten a la gente esparcir desinformación y corroer la verdad”.
Estas palabras resumen el tamaño de la crisis que atraviesa la compañía de Mark Zuckerberg, provocada indirectamente por su afán de construir un mundo de aplicaciones alrededor de su red para que los usuarios no salgan del entorno Facebook, motivando siempre a que nos sintamos cada vez más cómodos compartiendo intimidades en nuestro perfil con todo el mundo, de la forma más natural posible.
Las redes sociales, como muchas nuevas tecnologías aunque hayan sido diseñadas para un propósito específico, no es hasta que pasa el tiempo y la gente empieza a usarlas asiduamente que los peligros empiezan a emerger.
Nuestra interacción diaria con Facebook le permite a la compañía recabar datos personales. Es fundamental que entendamos que si usamos internet o cualquier red social, dejamos un rastro de migajas por todo el ciberespacio. Cada post que publicamos, like que hacemos, publicación que compartimos, video que vemos y comentario que posteamos, se ordena y se almacena en los miles de servidores de Facebook y está resguardada por sus políticas de privacidad, y supuestamente no pueden ser compartidos a un tercero fuera de ella.
Sin embargo, existen ciertos individuos u organizaciones que encuentran la forma de convertir las herramientas dispuestas para la construcción de algo innovador en los medios para obtener su propio beneficio. (¿Recuerdan la definición de fraude?).
Este es el caso de la empresa Cambridge Analytica y su CEO Alexander Nix que compró en el 2015 (versión oficial), un año antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, una base de datos de más de 50 millones de perfiles obtenidos a través de una aplicación hecha para Facebook por el investigador social y profesor de psicología de la Universidad de Cambridge Aleksandr Kogan.
Kogan diseñó la app para realizar una encuesta que le preguntaba a los usuarios una serie de cuestiones como inclinaciones políticas, inquietudes sociales, religión etcétera, y una vez que la encuesta terminaba, tomaba los datos producidos por los likes e intereses manifestados del perfil de Facebook del usuario y los mezclaba en un nuevo perfil que podía describir al usuario mejor que lo que él mismo podría.
El escándalo comienza aquí. Tan solo 270,000 usuarios aceptaron participar voluntariamente. Lo que nadie sabía era que al haber contestado el cuestionario, los usuarios le permitían a la app recabar los mismos datos de todos sus amigos en Facebook, y así pronto recopilar los datos de 50 millones de personas.
El problema real vino cuando esta base fue vendida a Cambridge Analytica y esta la utilizó para poder construir una plataforma que podría, a través de los datos, desarrollar perfiles extra-personalizados, donde a base de exámenes psicológicos llamados OCEAN, clasificaba a toda la población en cinco grupos:
- Abiertos a experiencias
- Escrupulosos
- Extrovertidos
- Amables
- Neuróticos
Que al combinarlas con otras bases de datos de otra índole como preferencias de entretenimiento, reservas de vuelos, hábitos de compra, religión, libros, páginas o revistas con suscripción, etcétera, crean una técnica de marketing llamada microtargeting conductual, que son, en pocas palabras, anuncios personalizados.
En el 2016, durante la campaña presidencial de Estados Unidos, usaron la información para apuntar a aquellos votantes que no estaban del todo convencidos de apoyar a Trump (la campaña del 2016 se decidió por tan solo 77,000 votos de diferencia entre Clinton y Trump).
¿Qué tiene que ver esto con México?
Hoy Facebook, la red social por excelencia, enfrenta el escrutinio público en Estados Unidos y una posible cita a declarar, frente al Congreso de este país, a su CEO y fundador Mark Zuckerberg. El asunto en esto es que el público, la prensa y algunos senadores lo cuestionan por las medidas que tomó la empresa una vez que supo que los datos que fueron extraídos por la puerta grande de sus bases, estaban siendo utilizados para fines contrarios a los estipulados, violando claramente la privacidad de cada uno de los dueños de esas cuentas.
Facebook sabía del uso del robo de estos datos y no hizo nada sustancia al respecto, pese a que las pruebas indican que así fue como Trump ganó las elecciones presidenciales, aunque todas las partes involucradas lo nieguen.
La red tiene más de 85 millones de usuarios en nuestro país, el cual tiene una población de 120 millones. Es decir más del 70% de la población está enganchada a un perfil de la red social.
Este año nos toca a los mexicanos elegir un nuevo presidente en una contienda que probablemente será la más importante de la historia del país. Imaginemos por un momento que las tácticas descritas en esta publicación están siendo utilizadas en estos momentos, justo antes de empezar oficialmente las campañas presidenciales y a tan solo 3 meses de que los votantes asistan a las casillas a plasmar su tan preciado voto.
Sabemos ya, que existen cuentas ficticias (bots), especializadas en la proliferación de las noticias falsas, y en provocar confrontación entre aquellos que tengan alguna opinión diferente o cuestionen la postura oficial del gobierno de nuestro país. No tenemos que ser expertos para darnos cuenta de que las redes sociales se han convertido en un vertedero de crítica, burlas, intolerancia, morbo y otras cosas que contribuyen a ampliar divisiones y criterios cerrados. Podemos decir que aunque su misión principal siempre ha sido conectar a la gente y hacer del mundo un lugar más interactivo entre sus habitantes, la realidad es que, se podría decir que es su mayoría, nos ha llevado a descubrir lo peor de nosotros mismos a través de ellas.
Tal vez no a todos nos cambien el voto por una despensa o por una torta y un refresco. Pero el sistema ha encontrado una forma completamente sigilosa y efectiva de hacernos ver desde la perspectiva que ellos señalan. Comencemos a reflexionar lo que leemos y compartimos.
Hagamos ejercicios de verificación y concienticemos que el internet es un lugar donde convergen varios y variados puntos de vista y en donde una cantidad inmensa de información puede disfrazarse de verdad en todo momento. Si queremos tomar decisiones con base en información certera, no nos conformemos con un video de 30 segundos. Investiguemos, reflexionemos, razonemos y cuestionemos, de lo contrario se nos irá la vida y el futuro en preguntarnos, ¿cómo fue que volvió a pasar?