Mi madre me crió sola junto con mi abuela, luego de que mi padre decidiera irse de nuestras vidas para fingir que no existíamos. Tal vez ese ha sido el dolor más grande que he sentido, nunca he sido lo suficientemente valiente para admitirlo,tal vez porque normalicé su conducta pensando que yo tenía la culpa, que mi llegada lo haya impulsado a irse.
El problema es que no ha sido el único. Así como mi padre me decepcionó aun sin conocerle, también lo hicieron mis abuelos, tíos, amigos, compañeros e incluso desconocidos, todos con algo en común; el haber ejercido algún tipo de violencia hacia mí u otra mujer.
Porque la violencia no solamente está en los golpes ni en la fuerza, también radica en la pasividad de emociones o palabras, y para entender eso, la vida me tuvo que enseñar que las experiencias que creía propias, afectaban a todo un colectivo, no solo a mi. Así fue como, quienes por suposición de la sociedad deberían ser mis “rivales”, se convirtieron en compañeras de lucha dentro del feminismo.
Me gusta pensar que el feminismo me sirvió como refugio. Había terminado una relación donde me usaron como si fuese un objeto bajo mi consentimiento, por ende, mis dudas eran: ¿por qué me duele tanto, si yo misma acepté?, ¿por qué siento tanta culpa?, ¿habían sido el problema mi debilidad y sumisión?, ¿por qué no soy la única a la que le pasa?
No quisiera decir que el feminismo me dio las respuestas, pero sí me planteo nuevas dudas. ¿Es coincidencia que la mayoría de mujeres suframos por causas tan iguales? No, no lo es.
Las mujeres hemos sido sujetas a normas que nos han restado poder, pero que han multiplicado nuestras responsabilidades, de esta manera la simulación ha funcionado como una máquina perfecta. Nos creen fuertes porque mandamos en la casa, pero, por principio de cuentas, ¿por qué tendríamos que mandar en una casa? Tenemos privilegios como entrar a bares gratis, cuando ese, es el ejemplo más claro del neoliberalismo trabajando con nuestros cuerpos como si fuesen carnada.
Pensamos que la histeria es una característica adherida a nuestras personalidades, pero no entendemos que más bien funciona como consecuencia de un estereotipo con el que nos han querido educar. La lista de ejemplos puede seguir, la cuestión es el cómo los hemos justificado para que continúen siendo vistos como algo normal.
Allá afuera, hay un sistema que nos está matando… que nos mutila, que nos viola, que nos vende:
Somos esa mayoría oprimida que sale a la calle todos los días a sobrevivir, a trabajar como empleadas domésticas sin prestaciones y con sueldos miserables.
Somos las niñas a las que vendieron para alimentar la industria sexual que nos prostituye y nos usa como productos en contra de nuestra voluntad.
Somos las esposas golpeadas por no obedecer.
Somos las mujeres trans con esperanza de vida no más allá de los 35 años. Somos las indígenas a las que no atienden en los hospitales.
Somos las madres que sufren violencia obstétrica.
Somos las “amigas con derechos” que usan y desechan sin reparos.
Somos las empleadas acosadas en su trabajo.
Somos las muertas por abortos clandestinos, las refugiadas, las desaparecidas, las asesinadas…
Somos, hemos sido o seremos todas.
Y habrá que entender que parte de ser feminista consiste en aceptar tus privilegios, porque si bien es cierto que he salido de una relación que me mutilaba emocionalmente, existen realidades mucho más fuertes que la mía y por ello es mi responsabilidad darle visibilidad a quienes la necesitan, porque es parte de cómo concibo el feminismo; como un principio que debe ser justo, transparente y radical.
Yo no vine al feminismo a ser blanda y frágil, no he venido a callarme y guardar mis opiniones, no vine a pertenecer y complacer; yo vine porque el patriarcado me arrebató mi dignidad y, más allá de lo que piense todo aquel que gusta más de criticar, quisiera volver a dejar claro que es la misma sociedad la que nos arrebata lo que somos y no tenemos por qué cargar con toda la responsabilidad.
Esta no es una lucha de unos contra otros, reducirla a eso es peligroso; es más bien el reconocimiento de que las mujeres hemos llevado las de perder durante siglos y estamos cansadas, queremos liberarnos del sistema no para ser iguales a los hombres, sino para tener los derechos que nos corresponden porque somos personas y no seres de cristal que deben ser romantizados y celebrados el mismo día que hace 110 años asesinaron a 129 trabajadoras textiles que únicamente pedían igualdad salarial y una jornada de trabajo justa.
El feminismo se sostiene por causas como esa y por eso soy feminista.
Melissa es hija de una periodista. Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. La investigación y la teoría la enamoraron al llegar a la Facultad. Apasionada de la Fotografía, sabe que se requiere una enorme paciencia y devoción para pintar el tiempo a través de luz.