Noticia: “La Orquesta Filarmónica de Viena dirigida por el laureado músico Gustavo Dudamel, se presentan en el máximo recinto cultural de México: el Palacio de Bellas Artes” Así es como nos hemos enterado en las redes sociales, así de imprevisto, en lo que probablemente sea la notificación de Facebook más importante en mucho tiempo. La emoción nos embargaba y ni tardos ni perezosos nos pusimos a hacer cuentas, ¿Cuánto costarán los boletos? ¿Cuál será la fecha estimada para que suceda semejante acontecimiento musical? y ¿cuándo saldrán a la venta los boletos para estos tres conciertos? Si, leyeron bien, no uno ni dos, sino tres conciertos !Alegría al triple! ¿Crónica de un éxito ya anunciado? Veamos y escuchemos.
Habían transcurrido casi ya 12 años de que la máxima agrupación musical vienesa fundada en 1842 se presentará por última vez en nuestro país y nos deleitara con un memorable concierto en el Auditorio Nacional bajo la batuta del célebre director de orquesta italiano Riccardo Mutti galardonado en el 2011 con el premio Príncipe de Asturias de las Artes. En aquella ocasión serían Shubert ( Obertura Rosamunda y Sinfonía no.4 en do menor, trágica ), Mozart ( Sinfonía no.35 en re mayor, Hafner ) y Richard Strauss ( Muerte y transfiguración op. 24 ) los protagonistas de una velada musical para el recuerdo, con un encore que hiciera sonar la música de la obertura de la ópera “La forza del destino” de Giuseppe Verdi.
Posteriormente tocaría el turno al entonces jovensísimo director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, con tan solo 26 años de edad, brindarnos una cátedra de talento y precisión para dirigir a la entonces Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar. Un año y ocho meses después de que el milagro de presenciar a los filarmónicos vieneses nos hiciera disfrutar de más de 150 años de tradición musical, un milagro más: un jueves 15 de Noviembre de 2007 fuimos cómplices del misterio musical junto con cerca de 200 jóvenes músicos-promesa haciendo sonar sus instrumentos y sus propias almas desde el escenario de Bellas Artes. Una muestra irrefutable de la calidad del trabajo artístico de entonces ya tres décadas de desarrollo social y musical de la niñez y juventud venezolana que nos devolvieron la esperanza de que el futuro del arte en sus manos tiene a los mejores guardianes.
¿ Y el programa musical de aquel paradigmático concierto ? Las Danzas sinfónicas de West Side Story ( del musical para Broadway conocido en Hispanoamérica como Amor sin barreras ) del compositor y también director de orquesta Leonard Bernstein ( 1918-1990 ) como primera parte de un emotivo acontecimiento artístico por donde se le vea, y que habría de culminar con la interpretación ( ¡ y vaya interpretación ! ) de la Sinfonía Núm.5 en do sostenido menor del compositor bohemio Gustav Mahler.
Reseñar esos casi 70 min de música mahleriana llenos de momentos verdaderamente intensos y contemplativos, de los más bellamente escritos en la historia de la música, sería un esfuerzo inútil por describir con palabras lo que solo pudimos apreciar sinceramente en la mirada de quienes fuimos testigos aquel día, de ese asombro rodar por nuestras mejillas y de ese silencio que sigue como continuación del último acorde. Así es la música de Mahler: nos hace un llamado como el solo de trompeta al inicio de la marcha del primer movimiento de esta su quinta sinfonía y nos lleva hasta el final, para terminar en un estado de frenesí absoluto. Dicha y Luz.
Aquel Dudamel en Bellas Artes, ganador en 2004 de la edición inaugural de la Competencia de Dirección Orquestal Gustav Mahler y en cuyo jurado se encontró Marina Mahler la nieta del compositor, es un recuerdo al que cualquier melómano que haya tenido la oportunidad de escuchar en oídos propios y sentido en cuerpo y alma, ha de regresar de forma casi obligada solo por el simple hecho de revivir cada uno de los compases interpretados aquella noche y que la memoria es capaz de hacernos traer a nuestro lado cada vez que así lo deseemos. Porque recordar es vivir, y si se trata de recordar la música: la vida recordada se vive aún de forma más intensa. Más feliz.
¿ Y qué hay de ese primer concierto en donde filarmónicos vieneses y batuta venezolana se sincronizarían por primera vez en este lugar del mundo ?
Pocas experiencias se viven tan intensamente como aquellas que son esperadas con ansia, con tanto ahnelo y esperanza de que un día sucedan, como un sueño que un día pueda volverse realidad. Así es como se vive el poder escuchar a algunos de los mejores artistas del planeta. Desde un asombro incondicional. Con una mirada infantil que se deja maravillar por cada sonido, por cada melodía, por cada nueva intención que los artistas nos regalan desde su quehacer creador.
Desde nuestro lugar privilegiado, un asiento de la sexta fila, a escasos metros del podio, a escasos minutos de un milagro ya anunciado hace unos meses, y con el aliento suspendido (ahogado), entre el vaivén del público que se apresura a tomar su asientos, nervios y manos temblorosas con el programa que tanto anhelábamos tener entre nuestras manos, y el corazón que por un momento pareciera haberse olvidado de seguir latiendo…, se suceden también los encuentros que el día de mañana serán parte de la sección de sociedad del matutino por publicar: selfies de bisturí y sin bisturí, selfies de peinados altos y cortos, selfies de traje sastre, selfies de diseñador, selfies muy de etiqueta, selfies para etiquetar, para editar y compartir. Así es como parece vivirse la cultura “en sociedad” de algunos de nuestros contertulios.
Aunque la expectativa se ha prolongado por casi 10 minutos ( 8 para ser exactos ), los músicos aparecen en el escenario. En menos de dos minutos primer violín y más de setenta músicos bien afinados ya están listos para comenzar lo que será el inicio de una jornada que quedará para la historia.
La sonrisa de nuestro director venezolano ( actual director musical y artístico de la Filarmónica de Los Ángeles ) hace su aparición y con ella, batuta en mano y ademanes transformados ya en delicada tela, fina tela aterciopelada de músico experimentado hacen sonar la Sinfonía #2 del compositor estadounidense Charles Ives (1874-1954). Una sinfonía que de primeras suele sonar confusa y en la cual se aprecia un carácter militar en varias de sus melodías. El inesperado y estridente final es de esos casos en los cuales uno se queda con la terrible sensación de que se ha perdido de algo y que no hemos sido capaces de seguir el discurso del compositor. ¿En verdad se terminó…? No intente usted resolver el misterio del final o podría enloquecer.
Acto seguido la Cuarta Sinfonía de uno de nuestros compositores predilectos, Piotr Ilich Chaikovski, obra fundamental en el repertorio sinfónico de cualquier orquesta del mundo y de la cuál hiciera uso el creador cinematográfico de origen checo Jan Svankmajer para musicalizar su célebre filme Los Conspiradores del Placer, de tintes surrealistas hasta el extremo del fetiche visual, sugestiva y moralmente irreverente.
Luces apagadas. Silencio y expectación. Como sacerdote que consagra su vida a las musas y nos guía a través de este rito musical, Dudamel hace una señal de la cruz en todo lo alto a dos manos, desde el fondo del escenario los cornistas nos regalan uno de los pasajes musicales más memorables que se hayan escrito para este instrumento. Es en ese momento cuando el espíritu de Claudio Abbado aparece en el escenario y toma la mano izquierda de nuestro director para abarcar a todos los músicos, todo el escenario, toda nuestra atención. El sonido completo de la orquesta se transforma hacia este final que parece no terminar…, para devenir en un silencio que continúa y se prolonga en toda la sala principal.
Entre pequeñas sonrisas cómplices y pizzicato de cuerdas, director y músicos se deleitan en un diálogo que se traduce en un segundo y tercer movimientos de imaginación y buen humor. Es aquí cuando Gustavo rinde homenaje al gran Leonard Bernstein haciendo gala de sus capacidades de director consagrado y comienza a dar indicaciones con movimientos de cuello, boca y ceja, pequeños guiños juguetones. Sonrisas y besos para todos.
Cuarto Movimiento. En un final que arranca con un poderoso golpe de platillos, percusionista al fondo a la izquierda del escenario y orquesta en un tutti fortissimo que nos hace levantarnos de nuestros asientos para llevarnos a un final lleno de éxtasis y frenesí. Emoción desbordada y hormigueo en el cuerpo….
¿Así es como se siente la felicidad?
Y emulando al gran director de orquesta Claudio Abbado, maestro de Gustavo y de todos nosotros, con el corazón en la mano y la mano en el corazón, nos preguntamos si es verdad que esto está sucediendo. Si, es real. La confusión en los agradecimientos entre los músicos-maderas se nos unen, unos se paran, otros se sientan y se vuelven a levantar de sus asientos, así como el público. Ellos también están emocionados. La batuta guía permanece tímidamente a un lado de sus músicos, agradecido, y el público de pie. Alegría infinita. Un concierto maravilloso que llevaremos con nosotros por siempre.
De encore, el vals del Lago de los Cisnes que la gente reconoce y celebra con murmullos agradecidos. Ahora vemos un poco de ese Dudamel divertido de aquel concierto de Año Nuevo en Viena en 2017 y que nos hiciera gozar entre valses, marchas y polcas.
Este efecto Dudamel que nos causa tal emoción, tal impacto, tal impresión producida en el ánimo y en los sentimientos de todos nosotros. Que nos transforma, que nos hace sonreír y derramar lágrimas de pura felicidad.