Mucho se ha dicho ya sobre la última película de Guillermo del Toro La forma del Agua. No es para menos, pues este filme del mexicano, originario de Guadalajara, es una de las más aclamadas por el mundo en los últimos años. Y es que, estando tan cerca los Óscar que se celebrarán el 4 de marzo, divisar a mexicanos pelear por el máximo reconocimiento a lo mejor del cine, no debería resultarnos extraño.
En 2013 el también cineasta, Alfonso Cuarón, ganó el primer Óscar otorgado a un mexicano, justamente por Mejor Director con el largometraje Gravity que, por cierto, en esa entrega también estaba nominada a Mejor Película. Posteriormente, sin dejarnos respirar y demostrándonos que, como decía mi abuelita, no había sido una llamarada de petate, Alejandro González Iñárritu, el año consecutivo (2014) repitió el logro de su colega tras llevarse el premio al Mejor Director por Birdman, y para nuestra gran sorpresa ese mismo año además ganó como Mejor Película.
El público comenzó a interesarse en el trabajo de ambos directores mexicanos. Posiblemente para algunos o varios el cine hecho por mexicanos había dejado de ser de calidad tras el fin de la época de oro (1936–1959). Entonces, referirse a películas mexicanas era hablar de dos extremos. Por un lado cine en demasía conceptual, independiente, incluso de bajo presupuesto y con poco valor comercial sin capacidad de abarrotar las taquillas o exhibirse en gran cantidad de salas más allá de los festivales especializados.
Nos acostumbramos a buscar al cine mexicano solo para reír o para mal viajarnos.
En el otro extremo, el cine de comedia producido por las compañías afiliadas a Televisa y otras que pensaron que la única manera funcional que quedaba de hacer el séptimo arte en México era explotar el formato de la comedia con doble sentido; diálogos atiborrados de palabras altisonantes fuera de contexto para provocar risas, asimismo tramas que explotan división de clases, racismo y otros clichés que predominan en México. Nos acostumbramos a buscar al cine mexicano solo para reír o para mal viajarnos.
Justo en ese contexto, cuando las películas mexicanas más vistas (en este país) eran Nosotros los Nobles y No se aceptan Devoluciones, Alejandro Gonzalez Iñárritu lo hace de nuevo y en 2015 gana el premio a Mejor Director por El Renacido que también se encontraba nominada a Mejor Película y que le dio el tan esperado Óscar a Leonardo Dicaprio por Mejor Actor.
Ya para este momento, estaba claro no se trataba una coincidencia y que, tanto el mundo del cine como sus premios más importantes, no estaban reservados a los de siempre, (a excepción de Meryl Streep claro está) ya que por tres años consecutivos, mexicanos habían ganado en las categorías más importantes. Ya no era “el milagro” de ganar algo importante, como si habláramos de la selección de fútbol, sino un logro hecho y consolidado por manos 100% mexicanas.
Regresamos a Guillermo del Toro. Después de un año (2016) en el que no hubo mexicanos en las nominaciones importantes en 2017, Del Toro está nominado en la categoría de Mejor Director, y su película La Forma del Agua como Mejor Película incluyendo a Sally Hawkins como Mejor Actriz, Olivia Spencer como Mejor Actriz de Reparto y a Richard Jenkins como Mejor Actor de Reparto, entre otras nominaciones técnicas, nada más y nada menos.
Nos podríamos preguntar, ¿qué tiene de especial esta película? Bueno, aparte de lo obvio que ya se mencionó, en realidad la pregunta es muy adecuada y responderé desde mi punto de vista.
Cabe aclarar que La Forma del Agua no es un filme mexicano. Está dirigido por un mexicano, pero no es mexicana. ¿Por qué señalo esto? El talento de Guillermo del Toro es indudable. Lo hemos visto en una variedad de películas que reflejan su impresionante habilidad para llevar a la vida personajes, lugares e historias fantásticas, tan bellas y espectaculares que le han valido un lugar en el mundo del cine como uno de los directores más imaginativos y creativos en la historia. Pocos directores logran hacerse de un estilo propio y único tan característico que sirve de inspiración a otros para buscar su propio motor creativo.
Para realizar este trabajo se necesita presupuesto. Y hablar de ello en México, específicamente en el cine referirse del limitadísimo apoyo que en realidad hay para los cineastas nacionales. Fuera de los apoyos fiscales que el Foprocine, Eficine y Fidecine otorgan, principal sustento de las películas hechas en México (tema completo para otra nota), no hay inversión privada que haga del cine nacional un negocio boyante como en otros países.
El cine hecho en casa, digamos, solo sirve para justificar los grandes fondos fiscales acumulados que tienen que usarse antes de terminar el año para poder anotar una palomita en la lista del apoyo a la cultura que el gobierno tiene en su agenda. No es un negocio autosustentable. ¿Cómo se mantiene entonces?, pues de espectadores. Me explico, tan solo en 2016 (según datos del IMCINE), en México fueron producidas 162 películas, de las que el 58% estuvo financiada por el Estado. Por cada película se invirtió un promedio de 19.6 millones de pesos, no obstante de ese total solo 78 filmes fueron exhibidos en salas nacionales; menos del 50%. ¿De que sirve estar entre los 20 países que más películas producen al año si nadie las ve?
El cine hecho en casa, digamos, solo sirve para justificar los grandes fondos fiscales acumulados que tienen que usarse antes de terminar el año para poder anotar una palomita en el checklist del apoyo a la cultura que el gobierno tiene en su agenda.
Es por eso que Iñárritu, Cuarón y Del Toro, dejaron de hacer películas en México. Huyeron, como muchos genios o artistas, ya sea por causas de inseguridad o falta de real apoyo, pero se fueron a buscar un lugar donde su talento pudiera ser explotado. Este trío de amigos, que son dignos de alabanza en todas las esferas del cine, se dieron cuenta desde hace muchos años que si querían seguir su pasión y realmente conquistar el mundo haciendo cine, no solo por amor al arte, lo que en nuestra cultura implica no ganar lo suficiente ni para sobrevivir, tenían que buscar los recursos de aquellos gigantes de la industria para llegar a los ojos, mentes y corazones de millones de espectadores que apreciarían el goce visual de una buena historia contada a través del cine.
En el 2006, estos tres amigos estrenaron películas que marcaron sus vidas y los llevaron al camino que ahora recorren recibiendo premios aquí y allá. Alfonso Cuarón estreno Los Niños del Hombre, con un presupuesto de 39 millones de dólares, una coproducción entre EUA y Reino Unido, de la mano del “Chivo” Lubezki, fue nominada a Mejor Fotografía tanto en los Óscares como en los BAFTA (British Academy of Film and Television Arts).
Alejandro González Iñárritu estrenó Babel, producción estadounidense, con un presupuesto de 22.5 mdd. Ganó nominaciones a Mejor Director y Mejor Película, en los premios de la Academia, BAFTA y Golden Globes. Guillermo del Toro, por su parte, estrenó la grandiosa película El Laberinto del Fauno, coproducción México-España, con un presupuesto de 19.5 mdd que estuvo nominada a Mejor Película Extranjera, con los mismos tres galardones que su homólogo.
De ese tamaño es el talento de estos tres. La amistad de este trío está evidenciada en sus discursos de aceptación y en un sinfín de entrevistas y colaboraciones.
Este año Del Toro con su película La Forma del Agua terminará de ponerle la corona a esta racha goleadora de mexicanos ganando los principales premios de la industria, se los puedo asegurar. Empezó con el León de Oro de Venecia, premio que nunca había sido otorgado a un mexicano y que nunca había premiado películas del género fantástico. ¿Por qué premiar una película que habla del amor anormal entre una empleada de la limpieza y un ser anfibio?
“Porque yo necesitaba hablar del amor, no porque el mundo lo necesitara, sino porque es un ungüento para el alma, para mí… necesitaba hablar de la unidad entre la gente invisible”, dijo el director en una entrevista.
El director en cuestión enarbola un discurso acerca de la aceptación de las diferencias, lo coloca en plena Guerra Fría en Estados Unidos y en lucha por los derechos civiles de la raza negra como minoría. Con ese paisaje de fondo desarrolla a sus personajes. Nos cuenta de esta mujer soltera, que felizmente cada mañana se prepara el desayuno, se acicala, limpia sus zapatos y se masturba. Pero que ante la sociedad su simpleza aparente es mal vista, pues es muda.
Del Toro la coloca deliberadamente en un ambiente propenso a lo extraordinario. En un laboratorio secreto del gobierno (donde se encarga de la limpieza) conoce a una criatura sobre natural, un ser que viene del agua, un monstruo a todas luces.
Un monstruo para todos menos para ella, con el que sin voz puede comunicarse a través de señas y otras formas. Se enamora pero sobre todo, termina de entender que la belleza de la existencia es algo que merece la pena sacrificar todo lo que tiene para ayudarlo a salir del cautiverio en el que lo han puesto.
El director nos guía no al horror o a la fantasía heroica de historieta, sino a un lugar más humano, más íntimo, y más difícil de entender, pues observar personajes fantásticos en entornos ficticios es algo fácil de hacer y a lo cual estamos acostumbrados pero contar una historia de amor tan humana y colocar un único elemento anormal en el entorno dotándolo de la capacidad para amar nos saca de balance.
Nos permite ver de forma más atenta la naturaleza frágil y profunda de sus personajes y lo que promueve dicho sentimiento. Eso es La Forma del Agua. El agua no tiene forma, toma la del envase que lo contiene, así como el amor; no tiene una forma definida, toma la forma de las personas que lo sienten, sean de diferentes razas, edades, sexos, nacionalidades o, incluso, especie.
El filme es capaz de mostrar el estado humano más natural de todos: la soledad, así como nuestra lucha por no experimentarla. «Mis monstruos me han salvado y me han absuelto, porque creo que los monstruos son los santos patronos de nuestras imperfecciones”. Del Toro es uno de los artistas más sensibles a la realidad humana que yo he visto. En sus entrevistas cuenta como su vida en México (el ser mexicano) lo ha llevado a valorar la vida, a la vez ser capaz de convivir con muerte y horror en completo equilibrio.
Para mí, la fantasía de Del Toro es una ventana que permite interpretar la realidad y encarnar conceptos de cada individuo, «el cine es una de las experiencias religiosas más profundas que puede experimentar una persona. No hay nada como una buena película que llegue profundamente porque te habla a ti directamente”.
Del Toro, Iñárritu y Cuarón nos demuestran que México tiene talento. La Forma del Agua debe ser festejada como la más especial para los mexicanos en tiempos modernos, por el gran peso que tiene sobre sus hombros al abrir las puertas para lograr una percepción diferente de los mexicanos en el mundo.
Del Toro en su discurso por el León de Oro del Festival de Venecia:
“Quiero dedicar este premio a todos los jóvenes cineastas mexicanos y latinoamericanos que sueñan con hacer algo en el género fantástico usándolo como un cuento de hadas o una parábola, y enfrentan a un montón de gente diciendo que no puede hacerse, se puede. Creo en la vida, creo en el amor y creo en el cine”.
Suerte Guillermo, ¡el Óscar tiene que ser tuyo!