Recuerdo un sillón escupiéndome hacia el suelo, recuerdo un librero convirtiéndose en un péndulo desquiciado, recuerdo un auto devorado por una barda…
…recuerdo a los descalabrados sobre la calle Sauces, recuerdo aquella pelea de perros, recuerdo los peseros que daban viajes gratis, las camionetas repletas de despensas y la escuela Enrique Rébsamen.
Recuerdo de dos terremotos
Han pasado ya varios años desde que ocurrió aquel segundo terremoto del 19 de septiembre del 2017, y muchos más años aún del temblor de 1985. Tantos recuerdos ya acumulados me hacen escribir mucho estos días, y a esta hora de la madrugada insomne, recuerdo la extraña coincidencia de que dos de los muchos acontecimientos que ha tenido México hayan tenido un perfecto reflejo en el calendario.
La palabra justa es “reflejo”, siempre he pensado que los reflejos son inspiración de fantasías y terrores, porque lo que vemos frente a un espejo o un ojo de agua -o para el caso cualquier superficie pulida- no somos nosotros mismos, ni nosotros ni nuestro mundo es lo que se refleja ahí… aunque paralelamente sí lo es. Se trata de una versión de la realidad que por un momento se nos muestra, una versión extremadamente parecida, nunca igual.
Los dos terremotos fueron versiones de sí mismos; parecidos pero a la vez tan diferentes. No sé si alguien más que haya vivido ambas emergencias haya tenido la misma sensación durante los días subsecuentes al 19 de septiembre del 2017. Por lo menos para mí, la sensación que describiré a continuación (importante para tratar de explicar la vida de una persona a raíz de esa fecha) es válida, y creo que correcta ahora más que nunca.
Los días que siguieron al segundo terremoto fueron para mí muy diferentes a lo que se vivió en 1985, la primera diferencia es que México realmente aprendió, y eso es sorprendente para un país que tiende a tropezar con la misma piedra varias veces, los cambios en los reglamentos de construcción, la manera de organizarse de la sociedad civil y que los avances tecnológicos hicieron que las pérdidas fueran mucho menores que en la oportunidad anterior. Quizá por ello la sensación que tuve fue que por algunos días, tal vez semanas, existieron en México dos Méxicos, uno real y el otro un reflejo, una intromisión.
Esos días me hicieron perder la noción por algún tiempo de cuál de esas dos realidades era la verdadera, aún más grave, me hizo pensar que quizá las dos eran verdaderas y me enfrentó con la decisión de elegir una de ellas.
El temblor del 85 fue un parteaguas en muchos sentidos, tan grave que inundó todos los recodos y las esquinas de nuestras vidas y alteró el camino de la historia, cambió la manera como la sociedad se organiza y se volvió parte de nuestra vida, fue tan fuerte y tan doloroso que realmente a partir de ese día cambió la realidad de la ciudad y de nuestro país.
El temblor del 2017 fue más lo que lo provocó, o por lo menos yo lo sentí así, dos placas de realidades que se sobreponían una sobre otra. En 1985 se rompió la cotidianidad completamente, en 2017 la cotidianidad convivía con la emergencia.
Recuerdo mucha gente caminando en las calles para no entorpecer el tráfico, recuerdo mucho tráfico aún así, recuerdo a brigadistas trabajando toda la mañana, los recuerdo jugando fútbol en los parques por la tarde, recuerdo que permanecieron cerradas e inactivas muchas empresas durante días, recuerdo que muchas otras no.
Las dos Verónicas
Recuerdo a Verónica en el café Bonne vie de Polanco brindando por el mejor negocio de su vida y la recuerdo también en shock caminando sobre Insurgentes… al mismo tiempo.
Porque el 19 de septiembre de 2017, Verónica se partió en dos, y conforme pasaron los días todos decidimos qué versión de la realidad seguir; la que emergió del desastre o la que se mantuvo en la cotidianidad. La verdad es que muchos seguimos la cotidianidad, el temblor no nos movió tanto como para salir de nuestra problemática personal, hubo algunos más que siguieron el otro camino y todavía al día de hoy los reconozco por las calles, ellos viven en ese México que penetró en México.
Pero no Verónica, hay dos Verónicas y cada una vive indistintamente en México y en México, en sí vive en ambos al mismo tiempo. Verónica enterró a su hijo y no lo ha superado (¿alguna vez se supera eso?), Verónica tiene tres hijos y es muy feliz, participa en varias fundaciones activamente, enfundada en sus viejos pantalones de mezclilla con el paliacate en la frente y sudor de sus manos, lo hace mientras observa su imperio financiero en ese anodino e impersonal penthouse en los lagos elevados de Miami.
Yo la vi caminando con la vista perdida por avenida Insurgentes, cubierta de polvo y de sangre, la ayudé y la llevé hacia una ambulancia que encontré, ya no recuerdo a que altura de la colonia Narvarte. Como dije, la cotidianidad no se rompió, y me presenté, después de dejarla en buenas manos, a trabajar en el Bonne vie como todos los días, y ahí, la vi brindando también, una mujer hermosa en modo corporativo, triunfadora pero lejana.
Las dos Verónicas, el recuerdo más extraño de esos días, la posibilidad de haber conocido a dos gemelas, con el paso de los años, la certeza de que no era así y que ambas eran la misma persona.
En el 2017 hubo dos Méxicos durante algunos días y los dos corren en paralelo aún hoy, casi todos escogimos cuál sería el que seguiríamos y así lo hicimos, pero algunas personas como Verónica, no pudieron o no quisieron decidir, y ahora las dos corren en paralelo en dos Méxicos que intuyo algún día terminarán por unirse, tal vez.