Seguramente todos y cada uno de nosotros recordamos los nombres de aquellos hombres y mujeres ilustres que pasaron a la historia de nuestro país, la historia de México, o por lo menos a algunos de ellos. Sea porque hicieron grandes contribuciones, sea por los errores cometidos, o atribuidos, nuestro Campo Santo patrio es bastante numeroso. Incluso, algunos de estos célebres personajes merecen fiestas patrias o son evocados en ellas.
Por ejemplo, el nacimiento de Benito Juárez el 21 de marzo y el 5 de mayo el general Ignacio Zaragoza. Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende, Mariano Matamoros y Josefa Ortiz de Domínguez se hacen presentes en los festejos del 15 de septiembre; qué decir de Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Francisco Villa el 20 de noviembre; o Lázaro Cárdenas y la expropiación petrolera el 18 de marzo. Se trata pues, de un nutrido cementerio de hombres y mujeres cuyas biografías nos permiten entender nuestro presente.
Pero debemos decir que ni son todos los que están, ni están todos los que son. La historia patria, como ya lo hemos comentado en algunas de nuestras entregas, es una construcción que ha partido de necesidades muy concretas y coyunturales. La principal, dotar de identidad aquellos momentos hito de nuestro pasado para así definir una esencia mexicana.
Esta invención ha derivado en la omisión de nombres y en la estigmatización de personajes. Pensemos en el tema de la frontera, sin duda a la mente nos llega Santa Anna, uno de los villanos favoritos, quien por cierto nunca gobernó por más de dos años. Difícil resulta hablar de él. Fue un hombre complejo y los historiadores no somos jueces. Lucas Alamán lo definió como un “conjunto de buenas y malas cualidades”. Yo les pregunto ¿quién no lo es?
Caso similar es el de Agustín de Iturbide, a quien la historia oficial se encargó de sustituir como el consumador de la Independencia. En su lugar, y por decreto presidencial, su reemplazo fue Vicente Guerrero, un afrodescendiente a quien su amigo Lorenzo de Zavala definió como “hombre que le debía todo a la naturaleza”, pues en aras de defenderlo de sus detractores, quienes lo calificaban de salvaje e inculto, lo definió como persona rústica.
Hecho cuestionable, pues su familia de comerciantes, exitosos arrieros, denota que analfabeta no era. Iturbide tampoco fue ese hombre ambicioso que usó recursos del erario para adquirir prendas y autonombrarse emperador.
Debemos recordar que la designación provino del Congreso y que para su coronación el Monte de Piedad prestó las joyas. Pero su nombre, que alguna vez estuvo en el Palacio Legislativo como padre de la patria, se retiró por iniciativa del diputado Antonio Díaz Soto y Gama. Y por ser otro villano, “los laureles del triunfo” ya no le merecen sombra y fue eliminada su estrofa del Himno Nacional; igual que la dedicada a Santa Anna, el “guerreo inmortal de Zempoala”.
Vayamos un poco más atrás, a ese momento que transformó la historia de toda la humanidad: el encuentro de los dos mundos. Aquí aparece otro personaje asociado a la traición: la Malinche. Mujer que fue vendida como esclava y cuyo pecado fue ser la interprete intermediaria entre Jerónimo de Aguilar y Hernán Cortés.
La realidad la muestra como inteligente y audaz, quien supo hacerse de un lugar en medio de aquel choque brutal de culturas. Pero doña Marina no traicionó a la patria, en ese momento no existía México. Sin embargo, hasta el día de hoy el adjetivo de “malinchista” se utiliza para definir a quienes dan preferencia a lo extranjero. Moctezuma y los tlaxcaltecas se unen a esa triada “vendida” de los inicios de la historia patria.
Ahora, hablemos de la época del progreso. Porfirio Díaz es otro de los innombrables. Francisco I. Madero y la Revolución se encargaron de definirlo como un hombre ambicioso, malinchista y autoritario. Pero el título de un libro nos revela la verdad: Porfirio presidente… nunca omnipotente.
Las cifras tampoco mienten, el porfiriato fue el periodo de mayor crecimiento económico, desarrollo industrial, expansión comercial, auge bancario y crediticio, así como impulso legislativo. México formaba parte de ese grupo selecto de países poderosos entre el concierto de naciones. ¿Había desigualdad e injusticia? Sí, pero aunque no nos guste reconocerlo y nos duela decirlo, díganme cuando no las ha habido.
Pensemos ahora en los buenos, nuestros héroes patrios. Hidalgo no llamó a las armas por ser un mexicano ejemplar. Se reveló contra los efectos negativos que supusieron las Reformas Borbónicas y la Consolidación de Vales Reales.
Nombremos a Benito Juárez, en el olvido han quedado algunas de sus obras, como la de asesinar a toda una familia en Real de Catorce, San Luis Potosí, México, por negarse a financiar su huida al norte del país. Alguna vez el historiador Moisés González Navarro dijo, con bastante sabiduría y conocimiento de causa, que a Juárez se le atribuían muchos milagros y para eso ya teníamos a la Virgen de Guadalupe.
Podemos mencionar también a Francisco I. Madero quien, no obstante haber permanecido en el poder por poco más de un año, pasó a la historia y sigue siendo evocado cuando de la democracia se trata. Pero nadie se atrevería a insinuar que padecía alguna enfermedad mental, esto dado su espiritismo y el hecho de que hablaba con los muertos.
En contraste, entre los malos está Maximiliano de Habsburgo, llamado usurpador impuesto por las armas francesas, quien por cierto dictó leyes agrarias y creó la Junta Protectora de las Clases Menesterosas. Se definía a sí mismo como “padre, promotor y protector” de la población indígena. Pero de esto no se habla.
“Más cerca de la carne y al hueso y menos del bronce”
No debe entenderse que mi propósito es redimir a los villanos y juzgar a los héroes. De eso ya se ha encargado la historia de bronce. Mi intención es llamar a la reflexión. Otro sabio historiador, Álvaro Matute, dice con frecuencia que “hasta el mejor hizo cosas malas y el peor hizo otras tantas buenas”. Debemos estar conscientes de que los hombres y mujeres que han sido protagonistas de la historia son humanos y han sido muchos más que aquellos que reposan en las rotondas de hombres ilustres.
Tomaron buenas y malas decisiones y sólo podemos acercarnos a ellos a través de un conocimiento objetivo de su vida y obra. Es decir, de la historia. Pero no de esa con propósito e intención, o menos la que se presenta como tribunal de justicia, sino aquella que es resultado de la investigación profesional.
Ojalá los libros de texto gratuitos, esos que pretenden formarnos como ciudadanos en nuestros primeros años, se acerquen más a la carne y al hueso y menos al bronce. Sin duda debemos buscar figuras que inspiren, que sean ejemplo, pero también que nos muestren que de los errores se puede aprender.
Para todos los interesados en esa memoria que compartimos como mexicanos, los invito a conocer otros de los productos y servicios que ofrece la Academia Mexicana de la Historia. Hablo de la videoteca y de la edición de obras. Les recomiendo el curso en video que da título a esta entrega, “Hombres y mujeres en la historia de México” y la obra Vidas mexicanas. Diez biografías para entender a México.

Estudió la licenciatura en Economía en la Facultad de Economía-UNAM; cursó la maestría en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras-UNAM y realizó el doctorado, también en Historia, en El Colegio de México. Se desempeña como secretaría técnica y coordinadora de contenidos docentes de la Academia Mexicana de la Historia, Correspondiente de la Real de Madrid, A.C.