Los recuerdos son fragmentos que suponemos haber vivido (un beat), sin embargo, los recuerdos, como los pensamientos no son tangibles por sí solos. Para materializarlos habrá que convertirlos en palabras y plasmarlos en algo corpóreo.
Por su parte, un pensamiento escrito, es una idea que se tiene pero es imposible que sea cierta, pues retratar mediante palabras una realidad de la que creemos que fuimos o somos partícipes es una simple alucinación patrocinada por la costumbre. Desde mi punto de vista, nada de lo que escribamos con base en un hecho particular puede ser exactamente igual a lo que vivimos, ni si quiera se le puede acercar.
Aún así, asistimos a un pacto de ficción con nosotros mismos cuando recordamos y creamos historias que plagamos de nuevos caminos, detalles que no pasaron y episodios modificados a nuestro gusto, también olvidamos momentos y resumimos lo que creemos es innecesario. Acortamos las historias y otras veces las alargamos. Las atenuamos y las abultamos. Dejamos que la conciencia fluya a través de lo que cavilamos.
En la Literatura, el fluir de la conciencia se puede tomar como una variación del monólogo interior; un equivalente a lo que sería “dejar hablar a la mente”, en un espacio en el que se pierde al propio narrador, porque aunque el autor podría estar implícito en la historia, ¿cómo se puede nombrar a la conciencia como un ente que constituye un relato?
Si se pudiera constituir de esa manera, hablaríamos de un fenómeno extraordinario, ¿cuántas realidades, vidas y contextos hay dentro de lo que piensa un persona que parece común?, por eso reproducir una historia en la que surge un inconsciente que yuxtapone las ideas más intrínsecas del ser, parece ser todo un logro repleto de peculiaridades que obligan a prestar una rigurosa atención a cada palabra que se lee.
Tal vez esa sea la peculiaridad en toda la generación beat, lo que se provoca cuando alguien lee sus creaciones y que considero son procesos cognitivos abismales. Estaríamos abordando historias dentro de historias, de formas tan grandes, que somos incapaces de dimensionar.
Al ser una técnica literaria que se concibe con aparente espontaneidad, las secuencias y el tiempo pueden muchas veces carecer de lógica; una característica litigante en los escritos de una generación marcada por el mito y el recurrente estado de ambivalencia en sus escritos. Los Beat hacían convenios con sus lectores “reales”, tal vez como cualquier escritor lo hace al inicio de sus libros pero no con el mismo misticismo.
Kerouac, escritor estadounidense y precursor de la Generación beat, por ejemplo en Los Subterráneos ratifica la capacidad del escritor como una esencia que subyace dentro de la historia; así, sin ser su obra cumbre, es el libro símil de toda una generación y sus modos para debatir los estilos literarios usados hasta ese entonces.
El jazz se mezcló con su escritura mucho antes de que él lo supiera, tanto que los astros del jazz Charlie Parker, Miles Davis y Dizzy Gillespie tocaban en bares subterráneos y fue como si la historia retratada en el libro se reprodujera a través de una prosa Bop con matices únicos, dejando que el ritmo fluya, dibujando las letras como Charlie Parker dibujaba el bebop. La pieza clave es el derrame de ideas constante que solamente descansan con ocasionales comas o guiones encontrados en el texto, comparados con las bocanadas de aire que los saxofonistas dan a lo largo de sus melodías.
En general toda la gama de escritores Beat asemejan sus formas a ideas del Psicoanálisis, donde se tiene como objeto de estudio a la mente tratada desde un método de introspección. Ahora bien, el psicoanálisis examina la introspección de modo distinto, pero similar a la estructura de Los Subterráneos. El protagonista posee un conocimiento directo de sus propios estados mentales y cuenta su pasado vía analepsis desmedidas.
No está de más decir que lo que todos los poetas y novelistas de la Generación Beat intentaron hacer con su estilo de narración, poco comprendido para unos cuantos: introducir nuevas técnicas literarias que se esparcieron más allá de Norteamérica. Entendiendo eso, queda claro que la confusión entre lo que está escrito en la novela y lo vivido con los también llamados beatniks, es parte de un estilo creado para replantear a la literatura como una práctica más que profesional, apasionante.
Todo este epítome sólo me deja especulando acerca de mi propia capacidad para generar lenguaje mediante recursos “supuestamente” nuevos, como lo hicieran verazmente los escritores Burroughs, Ginsberg, Cassady o el ya mencionado Kerouac. Y me recuerda al primer capítulo del libro del psicólogo experimenta y escritor, Steven Pinker, “El instinto del lenguaje”, donde mencionaba que cuando una persona no tiene con quién hablar se pone a hablar consigo misma. Al final estoy segura que eso hizo Jack Kerouac cuando escribió “Los Subterráneos” y que eso estoy haciendo al escribir esto… sigo hablando conmigo.