Hace unos días asistí a la ponencia: Desarrollo Urbano en la ciudad de Puebla, impartida por el Dr. Carlos Montero Pantoja, investigador en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, su ponencia me hizo reflexionar sobre el patrimonio de la ciudad de Puebla, así como de los elementos identitarios actuales dentro de su arquitectura, la importancia de la interacción en el espacio público y la calle como elemento democratizador.
Si analizamos el discurso actual urbanístico, en gran parte, se verá un reflejo de nuestra sociedad. Se observará un paisaje lleno de edificios, puentes discriminatorios, lugares inaccesibles para el peatón, los famosos elefantes blancos, museos fríos vacíos, fraccionamientos privados elitistas, donde la convivencia es lo que menos nos ofrece este tipo de infraestructura.
La estructura de la sociedad está siendo tan mecanizada, monótona, deshumanizante, que dejamos de mirarnos; algo tan esencial para la vida del ser humano. Es por eso que salimos a la calle a reconocernos el uno con el otro, esto nos invita a interactuar, generar empatía. De alguna manera necesitamos satisfacer ese deseo básico y fundamental de ser vistos, tomados en cuenta.
La calle tiene su magia; no tiene reglas estrictas como otros espacios, se puede disfrutar de día de noche, con sol, con lluvia. La calle me acerca al otro. Salimos a la calle a expresar, a gritar el repudio de las políticas neoliberales. La calle es libertad, es diversidad, también es identidad, que se refleja en las fachadas, de hecho, cada rincón de la cuidad tiene una historia por contarnos.
Siguiendo sobre la línea de nuestro patrimonio e identidad, pregunto: ¿Qué queremos reflejar como sociedad? ¿Queremos que nuestras futuras generaciones tengan como elementos de identidad un teleférico y un museo vacío? ¿Este tipo de infraestructura fomenta la colectividad? Este es el momento adecuado de cuestionarnos y organizarnos para decidir qué queremos reflejar como sociedad…