ÉRASE UNA VEZ, en Sinaloa, cuando al llegar la tarde, el abuelo Alberto repasaba con calma el periódico que había ojeado rápidamente por la mañana para tener una idea general de las noticias del día; pero, era al terminar la faena, que había tiempo para tumbarse en la hamaca, detenerse en algunas notas y reflexionar sobre ellas. En estos días la nota era la “Guardia Nacional”.
Era una nota que le interesaba, pues con sus más de noventa años el abuelo Alberto le había tocado vivir las secuelas del proceso de pacificación posterior a la Revolución Mexicana y escuchar de su Madre historias sobre el México anterior a la Revolución.
Esto de la Guardia Nacional le recordaba mucho a “Los Rurales”, de los que hablaba su Madre Doña Isaura. Los formalmente llamados “Cuerpo de Defensas Rurales” o “Guardia Rural” fue una fuerza montada mexicana que operó en todo el territorio nacional desde 1861 a 1914, y en algunos estados hasta 1947.
El abuelo Alberto había sido educado por los gobiernos postrevolucionarios, consecuentemente su posición política era nacionalista y naturalmente socialista. Durante su vida, vio florecer a México, y atestiguó como sus hijos y nietos encontraron en la educación pública el trampolín para ascender socialmente y tener una vida más cómoda en las ciudades. En consecuencia, pese a haber sido casi toda su vida priista “de hueso colorado”, en la pasada elección votó discretamente por López Obrador. Simpatizaba con el hombre, dotado de un carisma y un estilo personal que lo acercaba a la gente sencilla del pueblo.
Sin embargo, había algo que lo intrigaba. ¿De qué se enteró López Obrador al llegar al poder que decidió correr a los brazos de los militares? Los militares son buenos, pensaba el abuelo Alberto, año con año nos asisten con su Plan DN-III, cuando los huracanes nos arrasan o el río Piaxtla se crece en demasía. Pero son buenos porque el General Cárdenas había tenido la sabiduría y la fortaleza de marginarlos de la política nacional, porque sabía que ésta, por definición, divide las consciencias y México necesitaba, y aún lo necesita, unidad para superar sus problemas.
Fue Benito Juárez, a quién tanto admira López Obrador, el cual, al término de la Guerra de Reforma, creó el Cuerpo de Policía Rural, a imagen y semejanza de la Guardia Civil Española. El objetivo fue controlar la inseguridad en los caminos y zonas rurales. Su segundo gran impulso se lo dio Porfirio Díaz, quien en 1889 dotó a “Los Rurales” de dos mil efectivos permanentes. Con el tiempo, “Los Rurales” adquirieron fama de operar al margen de la Ley; aplicar la Ley Fuga, ideada por Juárez; y funcionar como un grupo represivo al servicio del Gobierno de la República y para la protección de la inversión extranjera y los caciques locales.
Ya con la Revolución Mexicana, “Los Rurales” fueron incorporados nuevamente al Ejército Federal. Y es aquí dónde aparece otro proser de nuestro Presidente López Obrador, Francisco I. Madero. Madero cae ingenuamente a manos de su propio ejército, liderado por Victoriano Huerta Márquez, a quien tras sucesivas muestras de traición, volvió a poner al mando del Ejercito Federal. Sin embargo, fue el Mayor Francisco Cecilio Cárdenas Sucilla, ex miembro de “Los Rurales”, el autor material del asesinato del presidente Madero; de la tortura y muerte de su hermano Gustavo A. Madero; y del homicidio del vicepresidente José María Pino Suárez.
EN PERSPECTIVA, como en esta frase que se atribuye en primera instancia a Napoleón Bonaparte: “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Esperemos que los más de 50 años de vida en los cuarteles hayan curado a nuestra fuerza castrense del embrujo adictivo del poder político. Por el bien de México, así lo esperamos.
Esta nota fue publicada originalmente en el portal «El Seminario»
Roberto es actualmente Presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios de Calidad de Vida, iniciativa pionera para favorecer el desarrollo humano.
Empresario & Activista Social (Discapacidad e Inclusión); RSE; Columnista; Politólogo; Comunicólogo; Abogado; Conferencista.