Recientemente leí el libro “Alegato por la Deliberación Pública” de Raúl Trejo Delarbre. Recuerdo que asistí a la presentación que se realizó en el Centro Cultural Elena Garro el 9 de julio de 2015. Lo peculiar de hacer esta retrospectiva es la coincidencia de la temática del libro con el proceso electoral de 2018. Han transcurrido tres años desde su publicación y esta obra explica las prácticas que vemos, leemos y escuchamos hoy en los medios.
El autor inicia reflexionando sobre la deliberación y el por qué del debilitamiento del debate público. Para Trejo, “sin deliberación no hay democracia. Las sociedades contemporáneas son de naturaleza diversa, no hay un solo asunto de interés general en el que todos estemos de acuerdo. Por eso la exposición de argumentos, la confrontación de razones y la posibilidad de encontrar acuerdos o al menos precisar diferencias en ese intercambio, tendría que ser indispensable para entendernos e inclusive para comprender nuestras discrepancias”.
El investigador confronta al periodismo crítico, analiza y registra el contenido de las primeras planas, de lo cual deduce que “el mundo ha dejado de ser fuente informativa para los periódicos mexicanos”. En alusión a la reducción de espacio destinado a la información internacional. En los capítulos subsecuentes aborda el papel de la prensa de opinión, describe las características del intelectual mediático y diferencia el concepto de comunicología, comunicación, comunicólogo y comunicador. Además, reflexiona sobre lo que es la izquierda y la comunicación política, así como la relevancia de la imagen mediática, los spots, la prensa no lucrativa y concluye refiriendo el trabajo de Miguel Ángel Granados Chapa.
De esta argumentación lo que me llama la atención es la similitud del contexto. Los debates que presenciamos en las últimas semanas, tanto el debate “chilango” como los presidenciales, se enfocaron más en la forma y no en el fondo. La carencia de propuestas es evidente, cuando lo que prevalece son los ataques y las descalificaciones. La decadencia del debate público, como lo explica Trejo, hace que los partidos se encuentren más preocupados por las respuestas que por las propuestas.
En este abandono de ideas la descalificación es la estrategia, porque se busca “atacar” al contrincante al reducir su autoridad, prestigio, crédito o valor como supresor de la credibilidad o confianza del candidato favorito de un grupo social; lo cual no es exclusivo de esta contienda. En las últimas décadas, los cuatro debates que se han realizado de 1994 a 2012, la descalificación ha sido una constante para el posicionamiento mediático de los candidatos.
La denominada “guerra sucia” que funcionó –ahora no tanto- ha hecho que pierda el candidato mejor posicionado en las encuestas y después de los resultados de las elecciones en Estados Unidos, todo puede pasar. En este ambiente, parecería que si no hay descalificación no hay debate, pero sin deliberación, existe un vacío donde nuevamente gana la forma y no el fondo.
Los candidatos al tener presencia en medios requieren de habilidades de expresión oral -sin duda útiles para hablar en público o frente a las audiencias-, pero no son suficientes al momento de debatir el futuro del país. La descalificación, la complacencia, la superficialidad, la extrañeza y otros calificativos que expone el autor limitan el intercambio de ideas y cada candidato prepara sus estrategias para posicionarse en las encuestas y salir “victorioso”. De hecho, al concluir el debate, la primera declaración de los contendientes es proclamarse ganadores, algo así como una pelea de box en donde gana el que más golpes conecta, porque quizá hablar de ganadores siempre será mejor que lo contrario, en este cuadrilátero mediático.
A pesar de algunos aciertos en el formato de los debates, algo que no es nuevo, pero si recurrente, es que la sociedad necesita escuchar propuestas sustantivas que lo inviten a reflexionar más allá de la apariencia; pero por otro lado, también la audiencia, los medios y los líderes de opinión ¿estaremos dispuestos a debatir a fondo?
Si bien como ciudadanos estamos más enterados de los acontecimientos, en ocasiones la calidad de la información carece de veracidad. Las famosas Fake News no sólo han marcado la contienda electoral, sino la agenda nacional e internacional, y esa es otra limitante que puede restringir la deliberación.
La experiencia al contrastar el libro con los próximos debates será un buen termómetro social para identificar si seguimos en la linealidad de la forma o nos enfocamos en el fondo.
Referencia Trejo Delarbre, R. (2015) Alegato por la deliberación pública, Ciudad de México, Cal y Arena, Pág. 215.

Claudia Pérez Flores es Maestra en Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Es docente en la Universidad Westhill y le gusta el cine, la pasta, la música y escribir.