¿Qué es el espacio? La respuesta correcta más aceptada sería la que ofrece cualquier manual de física, es decir “el lugar donde se encuentran los objetos y en el que los eventos que ocurren tienen una posición y dirección relativas”. Pero seamos honestos, esta no es la respuesta que cualquiera de nosotros daría ante la pregunta que formulamos. Vayamos entonces a la historia y volvamos a las definiciones, en donde la historia se encarga del “estudio del hombre en el tiempo”, pero no hay tiempo sin espacio ¿cierto?
El espacio es ese entorno en el que el hombre ha desarrollado sus actividades. Todos transitamos, habitamos, percibimos y sentimos los espacios cotidianamente; muchas veces de una forma tan “natural” que dejamos de ser conscientes de la multiplicidad de entornos que vivimos día a día y de su complejidad.
Pensemos en este mismo instante, este texto está siendo leído a través de la Internet, o sea un espacio virtual, una nube, la red. Pero ¿quién de nosotros puede describir a detalle ese ciberespacio? Sabemos bien que existe, lo utilizamos todo el tiempo, incluso ha sustituido los lugares de trabajo convencionales, ha transformado la forma de comunicarnos y relacionarnos; aún más, ha introducido cambios en nuestras expresiones; una cara feliz o triste refleja nuestro sentir, y el receptor de ese mensaje conoce el código y lo entiende.
Volvamos a la historia. En el pasado, los espacios eran distintos, los hemos transformado, alterado e inventado. Creamos pues nuestra propia realidad cada día. Pensemos en nuestros hogares, muchos de nosotros vivimos en edificios, cómodos departamentos con áreas de recreación. Su antecedente: las vecindades. Sitios poco salubres, con baños públicos, que a veces sólo era uno para más de diez familias. Cada área de las vecindades generaba distancia y dotaba de cierta “calidad” a sus moradores. No sin razón muchos conocemos aquella melodía titulada “Quinto patio”; pues en efecto, no era lo mismo vivir en el primero que en el quinto de los patios de una vecindad.
Hablando de recreación, digamos algo de las cantinas. Bien sabemos que no podían entrar “perros, mujeres, mendigos, uniformados y menores de edad”; hoy en día esto garantizaría la clausura del establecimiento por discriminación, pero recordemos que no fue sino hasta 1982 que se derogó la ley que prohibía al sexo femenino entrar a estos sitios. Asociado con esto, aunque se trate de un mal que nos aqueja, mencionemos las drogas. Qué pensarían si les digo que así como en la Ciudad de México, a finales del siglo XIX, no había una cuadra sin la respectiva cantina; en Ciudad Juárez y Mexicali ocurría lo mismo pero con los fumaderos de opio; por ello en 1916 se publica una prohibición al consumo y producción de drogas y enervantes; aunque no sería sino hasta 1927 que en efecto se adoptan las medidas prohibicionistas al consumo de sustancias recreativas.
Pensemos en otro tipo de espacios y hablemos un poco de los conventos, esos claustros cerrados, sitios de retiro y oración. Seguramente pocos de nosotros sabemos que en ellos la población no se restringía a las monjas. Había huéspedes, todo el tiempo. También criados, mascotas y amenas tertulias. En efecto, las monjas no salían del claustro, bueno hubo ciertas excepciones, como aquella pobre novicia que salió del convento para recibir el famoso baño de hierbas a las recién paridas. Sí, dije recién paridas. Aunque esos fueron casos extraordinarios y hay muchos mitos a este respecto. Pero una realidad innegable es que las monjas no necesitaban salir, el mundo entraba a los conventos.
Ahora vayamos a los hospitales, por poner otro ejemplo. Hoy no dudamos que los médicos siguen todo un protocolo de higiene, pero sabías que en el pasado, todos esos médicos que recordamos por las calles de la colonia Doctores, se recomendaban cotidianamente el “lavarse las manos con regularidad”, suena descabellado ¿no lo creen?. Hoy llevamos con nosotros un frasco desinfectante a todos lados. Siguiendo con la salud, hubo instituciones muy peculiares, como el Hospital Morelos, era para atender a las prostitutas enfermas. Acaso con este dato podamos entender mejor ese chiste popular del sacerdote que pide a los feligreses que cuando acudan a casas de citas se protejan, pues “pueden enfermar a sus esposas y eventualmente todos estaremos enfermos”.
Un último ejemplo, la moda. En el pasado lo más “chic” era tener a nuestra propia modista o sastre, quien confeccionaba un modelo único y exclusivo para nosotros. Lo de hoy es adquirir el mismo diseño, al precio que sea. ¿Antes nos queríamos diferenciar y ahora pretendemos parecernos? No necesariamente, simplemente hemos transformado nuestro entorno y con él a nosotros mismos.
Lo cierto es que nuestra vida se compone de lugares y escenarios, espacios en estricto sentido, con contenido, espacios sociales al final.
Nuestra memoria está plagada de espacios, cada recuerdo nos lleva a un sitio en particular; y en última instancia la historia no es otra cosa que la memoria colectiva que compartimos. La historia nos enseña cómo es que han transcurrido estos cambios y transformaciones. Resulta fascinante asomarse al pasado y dotar de significado y sentido los dichos populares, las tradiciones, costumbres, modales y nuestra propia forma de percibir el entorno.
Con este texto he intentado invitarlos a la historia, a su rico, apasionante y variado contenido. Si desean saber más, como espero que sea, los invito a consultar la obra Espacios en la historia. Invención y transformación de los espacios sociales (Pilar Gonzalbo, coord., El Colegio de México, 2014) y a presenciar las sesiones del ciclo “Los espacios en la historia”, que tiene lugar todos los martes, a las 17:00 horas, en la Academia Mexicana de la Historia.