Crecer… crecer es algo natural, pero para mí era algo desconocido de alguna forma, pues no hubo nadie que me guiara por un buen camino. La situación en la que vivía fue lo que me hizo crecer, si le puedo llamar así. Mi padre era como un fantasma que solo aparecía para asustar y lastimar tanto a mi madre como a mis hermanos y tristemente tuve que crecer con ese fantasma para siempre. Era una sombra que no me pertenecía y que arrancaba mi esencia, desgastándome día a día, sabiendo que si no hacía algo pronto me consumiría.
Pasaron los días, las semanas e incluso algunos meses y la situación en mi familia empeoraba cada vez más. Estaba asustado, pues pronto cumpliría la mayoría de edad y tendría que realizar mi Servicio Militar, es verdad que sentía algo de miedo por realizarlo, pero sentía más miedo porque mi madre estaría sola, sola por un año que parecería una eternidad, sola con ese hombre al que me cuesta llamarle padre.
Así que llegó el día, llegué lo más temprano que pude al lugar donde se realizaría el sorteo para determinar si tendría o no que acudir al citado Servicio Militar, al momento de ser mi turno, percibí un silencio abrumador que irónicamente podía escuchar mientras caminaba hacia la tómbola donde al meter la mano, además de sentir aquellas esferas que decidirían mi estancia en el servicio, una sensación más fuerte paralizó mis sentidos cuando al sacar y abrir mi temblorosa mano, lo que parecía la libertad por aquel color blanco brillante de la esfera sobre mi palma, en realidad significaba un año de oscuridad, o al menos es lo que yo sentí.
Los primeros días fueron los más desgastantes, cada prueba, cada orden y cada regaño sin razón me hacía odiar más ese lugar, no solo por la horrible comida que te daban a la hora del almuerzo o la humedad que escurría de las paredes, sino también por los salvajes de mis compañeros, a veces, pienso que fueron educados por mi propio padre, tan idénticos a él. Comparado con los demás, yo sólo era un niño sin más.
En uno de aquellos pesados días de actividad física, donde mi cuerpo me fallaba cada vez que debía correr, trepar o pelear contra cualquiera de mis compañeros, sentía que simplemente no estaba hecho para esto. Dieron las nueve de la noche y como de costumbre el general llegó gritando -¡Todos a las duchas! esos cuerpos delicados se les van a pudrir princesitas-.
Al llegar a las duchas, comencé a tallar mi cuerpo con gran desidia a causa de mi mal día, sentí el agua helada caer sobre mi cabeza mientras venían pensamientos de querer salir de ahí ya.
Poco después, escuché pasos y risas al otro lado de la delgada pared que dividía las regaderas de los casilleros donde guardamos nuestras pertenencias al momento de ducharnos, era el último que quedaba dentro de las regaderas, así que me aseguré de quitarme toda la suciedad y cerré la llave. Caminé hacia mi casillero asegurándome de no resbalar sobre el suelo húmedo, pero, para mi mala suerte vi que mi ropa ya no estaba. Inmediatamente volteé a mi derecha donde vi como es que dos de los inútiles de mis compañeros salían huyendo con mi ropa en las manos
-¡Vuelvan aquí desgraciados! -les grité con un gran enojo dentro de mí.
Comencé a perseguirlos por todo el pasillo mirando hacia los lados para asegurarme de que no hubiese alguien mirando, ya que me encontraba totalmente desnudo… pronto, ellos se metieron a una de las puertas de la izquierda y con un giro abrupto para intentar entrar a donde ellos se escondieron con mi ropa, me resbalé pero, cuando alcé la mirada pude ver a todos mis compañeros del servicio delante mío, ¡Estaba en la cafetería a la hora de la cena!, ni siquiera me había fijado al momento de correr hacia ahí porque lo único que me importaba era conseguir mi ropa y darle su merecido a los idiotas que me hicieron esto.
-¡Ven por tu ropa princesa! -dijo Axel, el primer desgraciado al que se le ocurrió la idea de molestarme.
Todos dentro del lugar empezaron a partirse en carcajadas mientras que yo me ponía rojo del enojo y la vergüenza.
-¡Dame mi ropa! -exclamé con un nudo en la garganta
-Ven por ella -me contestó Axel a modo de reto
Al momento de lanzarme hacia él para tomar mis prendas, él se las arrojó al otro desgraciado que me hizo este numerito y así fue como empezó una cadena de humillación, en donde parecían tan divertidos simulando jugar al ratón y el gato conmigo y mi ropa. Tanta era mi rabia en ese momento que solamente confirmé mi odio hacia los hombres y decidí lanzarle un puñetazo. En ese instante todos en la cafetería le dieron paso a un silencio abrasador, no se podía respirar debido a la presión que había en el aire, después de unos segundos el puño de ese infeliz se clavó en mi mejilla y luego, oscuridad.
Desperté en un cuarto, estaba muy confundido y en mi cabeza no había más que dolor. Escuche una voz al otro lado del cuarto. -Por fin despertaste- me susurró. No pude reconocer quien era, estaba algo mareado y mi ojo izquierdo completamente nublado por la hinchazón de mi mejilla. -Gracias por cuidarme, no tenías que hacerlo- le dije -hubiera preferido quedarme ahí y morir si fuera posible, no aguanto más.
Mis encuentros con este chico, Javier lleva por nombre, fueron más continuos, nos hicimos buenos amigos, creo que nunca tuve uno, pues de niño fui muy introvertido y relacionarme con los demás me era imposible, en especial con los hombres, todo por culpa de ese señor que la vida decidió darme como padre -¡Cómo odio llamarlo así!- además de todo lo que estoy pasando en este horrible lugar lo que arruinó la imagen que tenía de un buen hombre, pero con este chico fue diferente. Muy diferente debo decir, pues después de varias semanas mi forma de verlo comenzó a cambiar y no de mala manera, sino que mi afecto por él creció de un modo que ni yo mismo podía entender, -¿por qué me siento así?- me pregunté, estaba muy confundido, pero creo que solo había una respuesta a este sentimiento, me había enamorado de Javier.
-¿Cómo puedo amar a un hombre?- Todo mi odio parecía desaparecer cuando me encontraba con Javier, pero, cómo podía decírselo sin recibir un golpe o algo peor. Así que simplemente lo hice, esperando lo peor. Ahí estaba él, guardándome un lugar para almorzar, me senté y comimos juntos, pero antes de terminar le pedí hablar a solas en aquella mesa hasta el fondo de la cafetería que nadie utilizaba. El ambiente era muy tenso, pues sentí la incomodidad de Javier, -que hacemos aquí- preguntó con esa voz tan profunda que me ponía los pelos de punta, tartamudee un par de veces, las palabras no salían de mi boca, así que decidí callarme y me abalancé sobre él con un beso que dijo más que mil palabras. Después todo fue silencio, solo podía esperar lo peor como dije, pero inesperadamente, Javier entendió mis sentimientos hacia él y de este modo mostrando reciprocidad. Quién lo diría, aquel cuyo odio hacia los hombres es enorme, terminaría enamorándose de uno. Increíbles son los giros que da la vida.
Y seguro se preguntarán cómo fue que terminé aquí dentro de éstas cuatro paredes, mirando hacia un horizonte vacío camuflajeado por barrotes de hierro, cómo fue que alguien como yo, un hombre homosexual, tan dispuesto a cambiar las huellas de mi padre terminó aquí. ¿Recuerdan cuando dije que si no hacía algo pronto, me consumiría?, ¿recuerdan cuando mencioné que todo en mi vida era ironía?, ciertamente, así fue como termine aquí; trate de hacer todo para ser alguien diferente a mi padre, traté de cambiar un cielo negro con mis buenas intenciones, pero lo único que logré con eso, fue consumirme por completo en aquella figura que intente destruir.
Al final de todo sí, la destruí, pero únicamente lo logré transfiriéndola en mí y muchas veces me pregunto si fue un error, pero ni yo mismo encuentro la respuesta, a veces digo que sí, otras me digo que no, pero… al final del día llegó a una conclusión de meramente nada, ¿y para qué?, si ya está hecho, de nada me sirve llegar a un culpable si ya no tengo a dónde ir para defender mis causas.
Tal vez el servicio militar me impulsó a sacar mi lado “fuerte” y “valiente” para combatir al único hombre que odiaba en el mundo y creí que sería fácil, así como cuando a los 10 años combatía al dragón gigante junto con los niños de mi calle. Todavía recuerdo el tiempo que me llevo disciplinarme, formarme como un hombre recto y honesto para por fin regresar y sacar a mi familia de su desgracia de la manera más correcta, pero para mi desventura, la ruda situación me llevó a convertir esa fuerza y esa valentía en la misma miseria de humanidad que él poseía.
Aún recuerdo los ojos de mi madre en ese instante, creo que eso es lo que más recuerdo de toda mi vida, como vagamente su voz me gritaba: “¡No lo hagas!”, pero yo sabía que por dentro ella suplicaba que lo hiciera, lo supe por el temblor que invadía sus delgadas manos al tocar los moretones que se formaron en su rostro poco antes de que yo llegara, supe que ella quería que lo hiciera por aquella mirada cristalina que rogaba porque fuese la última vez, a pesar de que eso trajera como consecuencia mi perdición.
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