Metrologística – El Metro de las cosas fue originalmente publicado en pedestre.cl
El Metro es parte del transporte de carga. En teoría está prohibido, pero en la práctica son miles de pequeños comerciantes los que dependen del envío y despacho de voluminosos paquetes en los vagones del tren urbano.
Es cosa de detenerse en estaciones cercanas a mercados como Tepito, La Merced o Tacubaya para observar el incesante flujo de mercancías que tiene lugar en el tren subterráneo, que no ofrecerá comodidad para la logística urbana, pero sí una tarifa muy baja, rapidez y confiabilidad. Uno por otro: en el Metro habrá contados elevadores, pero las mercancías no sufren los costos del embotellamiento vehicular ni las dificultades para encontrar estacionamiento que enfrentan los vehículos de reparto.
Aunque pieza clave en la cadena de la economía informal, particularmente la que se da al interior del mismo Metro, el transporte de carga en trenes y estaciones diseñados para el uso exclusivo de pasajeros crea molestias a los usuarios, sobre todo en el ascenso y descenso de los vagones. Sin embargo, estas dificultades se ven mitigadas por el hecho de que los movimientos de mercancía usualmente se realizan en horas de baja demanda, aprovechando capacidad subutilizada de la red y sus trenes.
Este último concepto, clave en una economía compartida, es el que ha hecho que otros servicios pensados para el transporte exclusivo de pasajeros (llámese Uber y plataformas relacionadas), estén barajando opciones para utilizar sus vehículos moviendo mercancías en las horas de baja demanda.
Volviendo al Metro, el sistema puede adoptar tres estrategias para enfrentar los problemas derivados del uso informal de sus trenes e instalaciones para el transporte de carga. La primera es sencillamente aplicar el reglamento, redoblar la vigilancia y prohibir el transporte de mercancías en la red (y de paso terminar con el comercio ambulante en vagones y estaciones). La segunda pasa por la conjugación de dos verbos muy parecidos: adoptar y adaptar. Adoptar el transporte informal de carga, dado el rol social que cumple el Metro en la cadena del comercio informal del que dependen miles de familias, y adaptar los servicios para que estas labores se realicen de mejor manera, sin ocasionar demasiadas incomodidades a los pasajeros. Destinar horarios y vagones específicos para estas actividades, tal como se hace con las bicicletas en algunos sistemas, es una posible opción. Sin embargo, este camino de formalización puede traer consigo un aumento sustantivo de los movimientos de carga al interior de la red, algo que tampoco se desea fomentar. La última opción es sencillamente hacerse el tonto, tal como sucede en la actualidad. Aceptar niveles tolerables de informalidad que no afecten en demasía el movimiento de los pasajeros, y que permitan que la cadena logística subterránea siga funcionando con relativa normalidad. Sin ser el ideal, a veces éste es el camino más sensato.