Durante los días 15 y 16 de noviembre, Jefes de Estado y de gobierno de una veintena de países se reunieron en Antigua Guatemala, en el marco de la XXVI Cumbre Iberoamericana, dedicada al desarrollo sostenible, bajo el lema “Una Iberoamérica próspera, inclusiva y sostenible”, con la mirada puesta en la Agenda 2030, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En esta Cumbre se despedirán de sus homólogos, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto y el brasileño Michel Temer, quienes cederán liderazgo al izquierdista Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y a Jair Bolsonaro, respectivamente. Fundada en 1991 -a iniciativa de México y España, de acuerdo con registros históricos-, este espacio ha buscado desde su origen convertirse en un escenario propicio para encontrar soluciones conjuntas ante problemas comunes que aquejan a la comunidad constituida por veintidós países. La cita es organizada por la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) y el gobierno guatemalteco.
En mi opinión, esta cita es el escenario propicio para lograr una movilización de voluntades tendientes a identificar oportunidades de desarrollo para los países menos favorecidos de la región y de los cuales en el último mes ha emergido de forma espontánea una caravana internacional de migrantes, que en términos generales han pasado a convertirse en representantes de un movimiento inédito de personas que -a pesar de no padecer de situaciones bélicas- huyen de sistemas inequitativos y corruptos; acosados además por inadaptados sociales y por el desempleo.
El hecho de que el director adjunto del Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Federico Bonaglia, advierta en el marco del cónclave que el descenso en el envío de remesas desde los Estados Unidos hacia Guatemala, Honduras y el Salvador, supondrá un impacto fiscal, constituye ensimismo un llamado de atención hacia estos países en el sentido de trabajar a “ritmo acelerado” en la identificación de sólidas estructuras nacionales de empleabilidad y fomento de la productividad.
Pienso que estas expectativas solo podrían ser alcanzadas a través de una apertura despolitizada a la instalación de nuevas empresas y la “invasión” de programas socio-productivos en el sector rural (promoviendo el emprendedurismo y el diseño de políticas tolerantes e impulsoras de la pluralidad), pues es generalmente de esos estratos sociales de donde sale una gran parte de la masa poblacional que busca alcanzar el “sueño americano”, en momentos en donde hay una creciente crispación política ultraconservadora que promociona y se ampara en la xenofobia como una forma contemporánea de convivencia para sostener estilos de vida.
Por otra parte, es alarmante que, de acuerdo con el sitio InSight Crime, sean tres factores los que empujan a los centroamericanos de estos países a emigrar:
- Crimen y violencia sin control,
- Instituciones corruptas e impunidad, y
- Corrupción al extremo.
Esta situación de vulnerabilidad indudablemente debe requerir firmeza estatal para fortalecer el estado de derecho y la presión internacional sería efectiva en ese sentido al negar participación en foros de este nivel a personas coludidas con aquellos actos que atenten contra la transparencia y la dignidad humana.
Bajo mi punto de vista, la creciente y polarizada situación iberoamericana se convierte en una desventaja para empujar en una dirección unificada, pues siempre prevalecen sentimientos ideológicos confrontados que retrasan el alcance de un verdadero plan transnacional integral que posibilite una visión uniforme y genere una respuesta semejante ante los acuciantes problemas de pobreza y desigualdad persistentes en la región.
En definitiva, la cumbre debe convertirse en una verdadera oportunidad para la reinvención y mirar hacia atrás (sobre todo a los más desfavorecidos del sistema -niños y ancianos-, en donde una población mayor a los 637 millones de personas aún maneja cifradas esperanzas de que la situación puede cambiar.