¿Quién podría imaginarse que la música pueda ser utilizada como un medio para infringir dolor?
Es cierto que la música ha estado presente en los campos de batalla desde hace siglos y la función que tuvo hasta antes de la Segunda Guerra Mundial fue para debilitar psicológicamente al enemigo, para incrementar el valor en los regimientos o como medio de comunicación entre los comandantes y sus soldados por medio de instrumentos con sonoridad de largo alcance como la trompeta o las gaitas escocesas. Otro ejemplo de la influencia de la música en el combate son los llamados Hakas, un tipo de canto y danza maorí que se usaba tradicionalmente en los campos de batalla y reuniones de paz.
Pero, ¿por qué la música ha podido utilizarse de esta manera, a diferencia de otras bellas artes como la pintura o literatura?
La música llega a nosotros a través de vibraciones que se transmiten por el aire y se transforman en pequeños impulsos que alcanzan nuestro cerebro. Una vez allí, los sonidos activan más partes de la mente que cualquier otro estímulo humano. Esto hace suponer que puede llegar a un nivel superior de la conciencia y generar mayores emociones y deseos. Aún en el vientre de la madre, los fetos están expuestos a sonidos, la audición prenatal prepara el reconocimiento postnatal de la madre.
Dentro de las investigaciones que se han hecho respecto a la música y su papel dentro de la guerra está el texto escrito por la musicóloga estadounidense Suzanne G. Cusick “La música como tortura / La música como arma”, y el documental “Melodías de Guerra”, realizado por el músico Christopher Cerf (autor de la música del programa infantil Plaza Sésamo) al enterarse que su música había sido utilizada para torturar prisioneros en la cárcel de Guantánamo. Ambas investigaciones abordan el tema de la música herramienta como tortura y el sonido como arma no letal.
Tortura sonora
Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército nazi investigó nuevos métodos para utilizar la música y el sonido como una herramienta que les permitiera tener cierta ventaja sobre el enemigo, ya sea en el campo de batalla, dentro de una sala de interrogación o para someter a los prisioneros. Un ejemplo es la utilización de ciertas marchas para anunciar la entrada o salida de comandos a los campos de concentración con el propósito de advertir la posible eliminación de presos o sólo para causar miedo entre estos.
Los casos actuales más comentados fueron a partir de la caída de las torres gemelas, cuando EEUU decide invadir Afganistán para buscar y llevar a juicio al presunto responsable del atentado Osama Bin Laden. El Centro de detención de Guantánamo sirvió para encarcelar a todo sospechoso terrorista de dicho evento y en 2003 salen a la luz documentos clasificados de la CIA donde indican la manera de proceder en los interrogatorios y los tipos de torturas, cómo el ruido blanco o música de muy alto volumen (a más de 85dB).
La organización Human Rights Watch publicó en el 2005 algunos recuentos de detenidos liberados que se encontraban presos en una cárcel norteamericana en Afganistán y todos confirman el método de interrogación al meterlos a una habitación obscura y obligarlos a escuchar música a un alto volumen. En esta misma publicación aparece el testimonio de Benyan Mohammed, un preso liberado que relata “…fui obligado a escuchar música de Eminem (Slim Shady) y Dr. Dre durante veinte días antes de que reemplazaran la música por sonidos de horribles risas de fantasmas y sonidos de Halloween”[1]
Al usar la tortura sonora se somete al prisionero a dos tipos de castigo, el emocional y el físico. Con el primero se trata de atacar psicológicamente sus valores y creencias mediante música occidental o profana para sus creencias y así derrumbarlos emocionalmente, además de debilitarlos y dejarlos vulnerables psicológicamente. Por otro lado se encuentra el castigo físico que produce sonidos a muy altos niveles de volumen, el cual semejante al malestar que puede experimentar una persona expuesta a contaminación acústica pero en mayor nivel. Los efectos que surgen a partir de sonidos a más de 85 dB son insomnio y dificultad para conciliar el sueño, fatiga, estrés (por el aumento de las hormonas relacionadas con el estrés como la adrenalina), depresión y ansiedad, irritabilidad y agresividad, estados de histeria y neurosis, aislamiento social, cansancio crónico, trastornos psicofísicos, cambios conductuales.
Arma no letal
En el siglo XX se empezó a investigar el uso del sonido como una nueva tecnología que diera cierto tipo de ventaja sobre el enemigo, hasta llegar a las llamadas armas “no letales”. Entre estas armas se encuentra el Hypersonic Sound System (el Sistema Hipersónico de Sonido), el “Acoustic Blaster” que produce ondas de impulso repetitivas de 165dB y el “Sequencial Arc Discharge Acoustic Generator (Generador Acústico de Descarga de Arco Secuencial) que produce ondas de sonido impulsivo de alta intensidad por medios puramente eléctricos. No se tiene registro de que alguno de ellos se haya utilizado de alguna forma en el campo de batalla.
En la actualidad, la única que ha sido utilizada con éxito es el LRAD (Long Range Acoustic Device), diseñado por la American Technology Corporation. El LRAD produce una franja de sonido de 15 a 30 pulgadas de ancho a un promedio de 120 dB (máximo 151 dB) y tiene un alcance de 500 ó 1000 metros. Su propósito inicial era la de comunicarse con barcos perdidos o que estuvieran en peligro pero encontraron otro uso más siniestro, el de llamado de atención en un tono altamente irritante con el objetivo de modificar el comportamiento.
Sea utilizada como arma no letal o como un medio de tortura, el poder que tiene el sonido sobre el ser humano va más allá de lo emocional, sus efectos pueden ser tan profundos que son usados como terapias físicas y psicológicas, pero también como un medio de intimidación y hasta destrucción.
Para poder provocar los efectos deseados no basta con exponer a un individuo a un cierto tipo de música, es necesario analizar las capacidades de la acústica. Es así como es posible que la música y el sonido puedan llegar a ser usados como herramienta de guerra y sumisión.
Finalmente no se trata únicamente de la música, el principal elemento es el sonido que puede ser utilizado como ruido blanco o mediante la melodía más hermosa. Si lo que se quiere es provocar daño.
Referencias:
[1] G. CUSICK, Suzanne (2006). “La música como tortura / La música como arma”. Publicado en la Revista Transcultural de Música TRANS, Sociedad de Etnomusicología, España.
José Luis Espinosa estudió la Licenciatura en Composición en el Centro de Investigación y Estudios de la Música y cuenta con una Maestría y una Especialización en Gestión Cultural por parte de la Universidad de Chile. En el 2004 obtuvo el grado de Crítico Musical otorgado por el Trinity College de Londres.