Estás en París saliendo de un centro comercial cuyo nombre no recuerdas.
Tienes al perro de tu amiga jadeando desesperadamente a un lado.
Caminas para poder encontrar tu auto pero no tienes la menor idea de dónde rayos está Rue de Seine. Caminas dos, tres cuadras.
El perro sigue jadeando y encuentras a una mujer parada frente a una vitrina observando productos de belleza junto a dos jóvenes menores que ella. No tan alta, tiene tez blanca, cabello castaño claro y delgada. No te das tiempo de calcular su edad y le preguntas en tu jodido francés básico dónde queda Rue de Seine. Ella te explica con su perfecta pronunciación y no le entiendes.
Sabes que es “para allá” porque mueve su mano hacía la izquierda y…
–Follow me– te dice un poco desesperada.
Asimilas que aquellos jóvenes son chamaquitos y probablemente son sus hijos. Ya le calculas unos treinta años, quizá.
El perro, sigue jadeando mientras ella te lleva hacia el estacionamiento de un hotel y te explica, en inglés, que uno de sus hijos está buscando productos de limpieza facial. ¿A ti que carajos te va a importar? Sin embargo, le sigues el ritmo sin titubear.
Al llegar a su coche le dices que el tuyo está a una cuadra de aquel estacionamiento. Ella no te hace caso y contesta su teléfono. ¡Carajo, habla español!
Al colgar, sus ojos se encuentran con los tuyos y te sonríe.
-¡Hablas español!- Le dices quedando como idiota.
Ella ríe. ¡Pero qué hermosa sonrisa, que bellos ojos color marrón! Lo que no habías visto antes, lo ves ahora y a ella le pasa lo mismo.
Bajan del estacionamiento para buscar tu coche, abres la puerta trasera para subir al perro y se suben los dos en el asiento delantero.
Te toma de la mano, te mira y dice algo que no puedes recordar. Te besa en la mejilla, un centímetro de la oreja, tan cerca del alma. Sientes como tu corazón bombea y tu espíritu se enciende.
-Es ella- te repites.
Pones el coche en marcha mientras sostienes su mano y volteas a verla en ocasiones. Ella sonríe. Te sonríe porque en ese momento solamente te quiere a ti.
Escuchas una alarma a lo lejos y abres los ojos. El calendario indica que es veintiuno de abril del 2015 y son las ocho de la mañana.
Le mientas la madre al mundo porque has conocido al amor de tu vida y no sabes su nombre, su edad, si es casada, de dónde es o si realmente existe.
Solamente te quedan las ganas de volver a dormir con la esperanza de soñarla de nuevo pero no puedes porque debes levantarte para ir a trabajar.