“El reguetón me tiene hasta la madre, ya no puedo más… Hay que controlar los instintos animales, si no nos volvemos changos”, fueron las declaraciones del cantautor mexicano Aleks Syntek en entrevista con Adela Micha, acerca del controvertido género tan popular entre las nuevas generaciones.
En este apartado no criticaremos el polémico ritmo ni sus connotaciones sexuales o misóginas porque -como ya nos lo había contado José Luis Espinosa, el reguetón es una manera de expresión válida como cualquier otra-. Ttampoco el hecho de que, según declaraciones de algunos cantantes de habla hispana como Alexander Acha y Alex Syntek, las disqueras obligan al talento a incluir al menos un tema del género que más vende en la actualidad en sus álbumes para aceptar grabarles.
No, en este espacio tampoco agradeceremos a la vida y a toda la corte celestial el que Luis Fonsi con Despacito, así como el reguetonero Daddy Yankee no hayan recibido ningún Grammy… “¡Bendito sea Dios, Despacito no ganó nada en los Grammies!” tal como lo hizo Horacio Villalobos en el programa de radio Dispara Margot, dispara.
No lo haremos, sino que lo anterior es un pretexto para hablar acerca de lo que, al menos a mí, me tiene en verdad preocupada; y es esta prontitud con la que vivimos y que se ve reflejada en varios aspectos de nuestra rutina, forma de vivir y que, sobre todo, tiene embelesadas, incluso atrapadas a las generaciones más jóvenes.
Prontitud es el término que he decido utilizar para referirme a las patadas de ahogado de la industria por seguir generando ganancias exorbitantes, a la forma en la que tanto los famosos Milenial e incluso la llamada generación Z desean, reciben y producen en su día a día. Además, este término también abarca la manera en la que dicho género musical se empodera en la mente por el fácil acceso de su letra y composición musical, “peladito y en la boca”, vox populi.
Mediocridad o supervivencia
“Cuando Shakira era artista”, fue lo que abrió el tema de conversación con unas amigas de dos generaciones. Tras de la risa, -¿de plano?-, pregunté. La respuesta fue rotunda, “se entregó total a la tendencia”.
Pero, ¿Shakira es mediocre o sobreviviente?, todos, ¿somos mediocres o sobrevivientes? Yo… mediocre, supongo, o tal vez terca como yo sola. Y esto o lo digo solo yo, pues hace unos meses un joven de 26 años lanzó una bomba: “lo que no quiero es terminar mediocremente a los treinta y tantos… (detalles innecesarios), con un sueldo por honorarios y sin un futuro…”.
Asentí, sonreí, pues formaba parte de la conversación, y aunque no hubiera querido ponerme el saco, solo faltó levantar la mano para confirmar que era yo la única en la reunión que cubría a raya el perfil. La verdad, no me sentí aludida, de hecho, créalo o no, y extrañamente, experimenté más bien algo parecido a orgullo.
Es verdad que me da impotencia, coraje y rabia la situación laboral en el país, y según amigos en el extranjero, en el mundo entero; también es cierto que parecen chiste las acciones de Hacienda con aquellos que percibimos por honorarios (aunque esa, como diría la Nana Goya, es otra historia), pero la realidad es que hasta ahora, bueno o malo, mi vida no ha sido presa de la prontitud.
Acaso, es esta la que pone desnuda e instantáneamente sobre la mesa sexo e instintos sin dejar nada a la imaginación ni al deseo entre una pareja en el baile del perreo, esa a la que se refería Aleks Syntek en su invitación a contener el impulso de satisfacer los instintos animales, y es en este párrafo cuando no sé si agregar signos de interrogación.
No soy psicóloga, ni música, pero sí una científica social (al parecer no muy exitosa y tampoco popular) a la que le encanta observar y estar. Pero (diría la muchachada) yo qué sé.