La raza humana es complicada, no sólo nos complica la clara desventaja física que tenemos frente a otros animales que pueblan este mundo, sino también el que una de las ventajas evolutivas que nos ha permitido ser la especie dominante en este planeta es -vaya ironía- la misma que nos mantiene en un constante estado de confusión. Me refiero a la capacidad de raciocinio y la noción de apego y desapego.
Me queda claro que los animales sienten así como el hecho de que tienen, en mayor o menor medida, cierto tipo de inteligencia, dudo que tengan capacidad de raciocinio, y esto último es lo que hace que sus vidas sean en cierta forma más sencillas, una leona no tiene dilemas morales sobre el hecho de matar a otro animal para comérselo de la misma forma que un ñu no se pregunta acerca de las ventajas de realizar una migración anual en busca de mejores pastos. Pero el ser humano sí lo hace, es la única especie en este planeta que le da importancia –o se la quita- a lo que le rodea, llámese esto que le rodea gente, actividades, vivencias o incluso estilos de vida.
Javier Marías, escritor español de renombre internacional, y Marilynne Robinson, catedrática y una de las voces literarias norteamericanas más reconocidas en la actualidad, han escrito dos obras que tocan, no sé si de forma premeditada, esta particularidad tan humana de otorgar importancia a las cosas, y sin embargo, ambas obras se encuentran en puntos diametralmente opuestos dentro de este mismo concepto.
Javier Marías escribió un libro que se llama Mañana en la batalla piensa en mí, título que toma prestado de una frase que aparece en Ricardo III, de Shakespeare. Personalmente es una de mis favoritas.
En los tiempos que corren se ha valorado a manos llenas la idea del desapego, sin embargo, creo que no se ha explicado bien la diferencia entre un desapego emocional sano y el volvernos entes distantes, muchas personas en su afán por ser “libres” y “emocionalmente sanos” caen en lo segundo, quitándole importancia a todo y a todos salvo a ellos mismos.
Mañana en la batalla piensa en mí es una rebeldía en cierta forma a lo anterior, la historia de un personaje que ante un evento inesperado -la muerte de una mujer a quien apenas él conocía y que sucede justo en un momento insólito- pero perfectamente olvidable, decide en cambio recordarlo y darle valor a la vida de la fallecida, hacerla presente después de muerta, conocerla y ocuparse de algunos de sus cariños, otorgarle el respeto que solo la última persona que ve viva a otra puede otorgar. En otras palabras, darle importancia a una persona, incluso después de muerta, incluso cuando ya no importaría.
Si la excelente novela de Javier Marías nos muestra el lado más humano de la importancia que le otorgamos a alguien, la novela de Marilynne Robinson navega, en cambio, en el extremo opuesto, mostrándonos las repercusiones de aquello a lo que dejamos de darle importancia.
Vida hogareña retrata la vida de una familia que se ve marcada por una pérdida y tragedia inesperada, la cual lejos de superarse se convierte en la piedra angular de tres generaciones. Una vida hogareña inacabada que desemboca en una decisión, casi existencial, de uno de los personajes más jóvenes, que decide olvidar recordando (sí, así como suena), para ello decide desentenderse de todo y de todos, la importancia desaparece. Pero esto es una trampa, porque al hacerlo, lo único que queda es la presencia de lo perdido.
Y todo eso se podría haber evitado si tan sólo la matriarca de la familia hubiera podido abrirse y expiar su dolor, ser más que el excesivo desapego de su personalidad.
Si bien el desapego puede ser positivo para “viajar ligero” por la vida, cabe aclarar también que no tiene nada de malo sentir afecto y por ende empatía por alguien, mucho mejor el demostrarlo. El convertirnos en buenos oyentes y darle importancia a las personas es por tanto un acto de humildad, y sí, de nuevo de respeto.
Dos formas de tratar lo importante.