México necesita justicia. Necesita desesperadamente un poco de ese escurridizo principio moral que nos dice que se debe obrar respetando la verdad y dando a cada uno lo que corresponde. Damos por sentado que conocemos lo que implica vivir en justicia ya que toda la vida a los mexicanos se nos ha dicho que existen instituciones que la procuran y la protegen. Sin embargo, cualquiera que haya tenido la necesidad de recurrir a esas instituciones sabe de sobra que éstas no funcionan y que para el ciudadano promedio, la justicia es un bien que se vende caro.
Es difícil defender algo que no se conoce. En México la justicia es un concepto malgastado en discursos políticos, que tal vez, solo se reconozca a través de películas o cuentos fantásticos. Un concepto que se lee y se dibuja, pero tan elusivo y confuso en la práctica, que se antoja imaginario. Y ante la ausencia de una manifestación clara que le dé color, olor y peso, la ambigüedad entra para ayudarnos a rellenar los huecos. El término se vuelve maleable y se ajusta al molde del mejor postor. La justicia es entonces, lo que el alfarero en turno necesite que sea.
Para México esa eterna ambigüedad ha creado el campo perfecto para la semilla de la corrupción. La misma corrupción que ha crecido en esta tierra desde que los españoles la trajeron del otro lado del mar. Y es que así como el chile ha acompañado la comida de nuestra cultura desde que tuvimos identidad, la corrupción ha sido el ingrediente secreto en la mesa de las relaciones políticas y comerciales de todos los grandes tratos entre el estado y la sociedad en México. Debido a eso, aunque demandamos justicia todo el tiempo, toleramos la corrupción siempre y cuando no nos afecte a nosotros, o visto desde otra forma, siempre y cuando nos beneficie.
Los últimos 6 años en México han sido los más oscuros para el país en temas de corrupción. Se oyeron todo tipo de escándalos acerca de tratos millonarios al amparo del poder, en detrimento de la sociedad y en beneficio de unos cuantos. Sin embargo, aunque hubo gobernadores encarcelados, estudiantes asesinados, mansiones extravagantes, empresas extranjeras acusadas de sobornar a funcionarios del gobierno, periodistas desaparecidos, y mil un cosas más; el grueso de los mexicanos, al sentirse ajenos a las desgracias que esos actos de corrupción provocan, no hacían más que manifestar su desaprobación en redes sociales o en cenas con amigos y familiares, indignándose de todo y nada, mientras sus vidas permanecían resistentes e inalteradas a todos esos actos de injusticia y violencia contra otros mexicanos.
Ese sentimiento de negación se rompió hace unas semanas. Por más que los mexicanos quisiéramos voltear la vista hacia otro lado para no ver las causas o consecuencias de la corrupción, ésta, por fin nos alcanzó. Desde el 27 de Diciembre el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció el plan contra el robo de combustible a manos de los “huachicoleros”. Este plan consistiría en resguardar las 6 refinerías del país administradas por PEMEX usando 4000 efectivos de las fuerzas armadas, así como puntos de almacenaje e importación y, aunque no anunciado originalmente, el cierre de 6 principales oleoductos que abastecen de hidrocarburos a la zona centro del país. (Si quieres conocer la red de oleoductos de Pemex en México usa este mapa)
Estos 6 ductos son, los que según reportes del mismo PEMEX, tienen la mayor cantidad de tomas clandestinas que abastecen la red implementada por los “huachicoleros” para el robo de combustible. Aunque el plan se anunció, los ciudadanos nunca nos imaginamos el impacto que dicho plan tendría en nuestra vida diaria.
En los estados más afectados debido al cierre de los poliductos mencionados por el robo de combustible, se comenzó a reproducir la misma imagen, como sacada de una película post apocalíptica, de gente llevando bidones, garrafones y hasta tinacos, haciendo largas filas para poder comprar el tan preciado producto que empezó a escasear en las gasolineras. Esto, porque el combustible, al no ser distribuido por medio de los ductos, tardaba más en llegar al punto final de venta, debido a que la cadena de distribución integrada por pipas o auto-tanques escoltados que se montó de forma emergente para sustituir temporalmente la transportación a través de los ductos, resultó insuficiente, por lo que muchas ciudades de estos estados, colapsaron parcial o totalmente.
Esta “simple” medida puso en el centro de la atención pública, la verdadera naturaleza del robo de combustible en México. La gente empezó a preguntarse la razón del porqué no había gasolina. Algunos investigaron, otros se conformaron con las noticias de la TV o el radio y otros muchos se enteraban por las redes sociales. Cualquiera que fuera el medio, el resultado final fue que el tema del robo de combustible en México, por fin dejó de estar oculto entre las sombras de la desinformación y lo más importante, de entre las sombras de la indiferencia.
Con tanto ahínco fue guardada la magnitud de esta actividad que erróneamente asumimos que el “huachicoleo” solo se limitaba a robar algunos litros o galones de tomas hechas de forma rudimentaria por algunos criminales locales. Que esos criminales se las ingeniaban para picar los ductos de PEMEX y sacar furtivamente el preciado combustible que pensábamos se vendía a mitad de precio en jacales o cobachas a lo largo de carreteras no muy transitadas.
De repente, ese problema pequeño e insignificante como para repercutir en nuestra vida diaria, se convirtió en el saqueo más grande que el país haya conocido en su historia moderna, perpetrado gracias a la corrupción que azota a México desde hace mucho, mucho tiempo.
¿Qué es lo que hace tan grotesco a este espectáculo de descaro y avaricia, como para sacarnos de nuestra burbuja y obligarnos a mirarlo fijamente?
Sencillo. A diferencia de otros delitos como el narcotráfico que comercia con sustancias ilegales y necesita de la violencia y la muerte para subsistir, el secuestro que se beneficia del terror de familiares e inocentes para cobrar su precio, el robo a mano armada donde las clases trabajadores siempre son las victimas más frecuentes. El robo de combustible ha sido perpetrado, permitido y administrado por la única fuerza que puede tener una estructura tan bien aceitada, cimentada y omnipresente como lo es la del Estado. Es decir, para que no haya lugar a dudas, todo el estado participa, desde presidentes, gobernadores, alcaldes, policías, militares, PGR, la misma PEMEX, sindicatos, contralorías sociales, aduanas, capitanes de barcos, transportistas, empresarios, gasolineros y lo peor de todo, sociedad en particular y general. Todos estos actores han hecho posible una actividad que le genera a México la pérdida de más de 60 mil millones de pesos anuales.
Sin lugar a dudas, es una de las cosas más viles con las que nuestro México nos acaba de sorprender. Y más aún, porque aunque la medida de control haya sido a leguas necesaria para combatir el robo de combustible, esto es solo el principio, y las consecuencias económicas, políticas y sociales aún están lejos de discernirse en su totalidad.
Estemos de acuerdo o no, nos hallamos frente a una medida histórica que nos enfrenta a nosotros mismos. Sea cual sea la verdad detrás de todo esto, el eslabón más importante de este momento es la sociedad. Ya que, a diferencia de los delitos anteriormente mencionados, éste, no pone al criminal en contra de la sociedad. Es decir, no hay una perspectiva en la que sea evidente que el criminal, con sus actos, está haciéndole daño al resto de la sociedad, al contrario, vuelve a ésta, beneficiaria del crimen. Y por lo tanto, su protectora y al mismo tiempo su víctima final.
Sí, los responsables directos de esto deben caer, que de eso no quede duda, pero, aunque lo hagan o no, una parte de nosotros también ha sido destapada con el cierre de los ductos y la lucha contra el robo de combustible, esa parte que como dijimos al principio de esta nota, niega la corrupción mientras no nos afecte o nos beneficie. Pero ahora es tan evidente como el sol, que la corrupción está tan adentro de las fibras de nuestro tejido social que es momento de preguntarnos con verdadero fervor y compromiso, si vamos a ser parte de la solución o seguiremos siendo parte del problema. Es momento de decidir si nos movemos hacía adelante para hacer historia o nos quedamos en ella.
Jorge es un entusiasta de la tecnología, el cine, la música, la historia y todo lo que sea consecuencia de la expresión del espíritu humano y de los esfuerzos por entender esa complicada naturaleza. Chacho para los amigos, Jorge busca poder lograr sus objetivos de ser un buen padre, ejemplo y amigo, mientras escribe, vive y supera sus numerosos obstáculos.