Desde diversas zonas del planeta a través de los más diversos medios de comunicación (tradicionales y ciudadanos) ha habido una constante en estos días y es la de patentizar el acrecentamiento de diversos fenómenos meteorológicos que afectan a diversos grupos poblacionales. Desde el fuerte terremoto y tsunami acaecidos a principios de mes en Indonesia; el huracán “Michael” que ha afectado territorio estadounidense; desbordamiento de ríos en Honduras e inundaciones en Mallorca, España, han acaparado la atención de la comunidad internacional y de la prensa global.
Ya lo advertían líderes europeos en conjunto con el Consejo de Academias de Ciencias europeas (EASAC) mediante un informe publicado en marzo. Mediante el mismo hicieron un llamado de emergencia para adaptar las infraestructuras de vida a “un clima que cambia”. De acuerdo a estos expertos, en los últimos 36 años los fenómenos climatológicos extremos en el mundo han sido más frecuentes debido al cambio climático.
Y no es para menos; son los reflejos cercanos de cierto “resentimiento” de la naturaleza ante el daño que ha sufrido producto de las diversas manifestaciones del hombre a todas las escalas en la aceleración de la degradación de la misma. Por ejemplo, de acuerdo a datos proporcionados a mediados de año por el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), el impacto económico provocado por este fenómeno a la República Mexicana, en el periodo comprendido de 2001 a 2013, ronda los USD 17.949.
En un principio, actores importantes como Estados Unidos han venido manifestando continuamente su intención de abandonar el llamado “Acuerdo de París” contra el cambio climático (decisión que, de materializarse, de acuerdo a las clausulas estipuladas en el mismo, sería efectiva después de las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 en EU). No cabe duda de que estas intenciones manifestadas públicamente son producto del negacionismo permanente de Donald Trump, de no reconocer los efectos adversos del cambio climático, porque al hacerlo, admitiría tácitamente la responsabilidad de las grandes potencias en la emisión de contaminantes que afectan al planeta.
Estas acciones sistemáticas y carentes de sensibilidad humana obedecen a una lógica monetaria empresarial a escala planetaria (producir a gran escala; así como, activar y crear nuevas y diversas industrias que generan contaminantes alrededor de la tierra), sin importar los daños a las más variadas ecologías comunitarias del universo.
Por otra parte, es importante destacar el papel protagónico que podrían asumir potencias emergentes para asumir su papel de liderazgo en la solución de los grandes problemas medioambientales que asfixian al orbe (producto de un continuado modo de vida de extremos), en donde siempre son los poblaciones más pobres de la tierra quienes afrontan directamente las consecuencias nefastas de los embates naturales (ya sea por las inadecuadas infraestructuras en las que viven; así como el agravamiento de esas condiciones por las crecientes tasas de crecimiento poblacional en el seno de dichos grupos humanos).
Bajo mi punto de vista, la institucionalidad estatal de los países -a todos los niveles- debe jugar un papel más determinante al momento de “exigir” nuevos criterios ecológicamente sostenibles a los inversionistas a fin de que las comunidades no se vean tan dramáticamente afectadas.
Esto solo será posible mediante un reconocimiento de corresponsabilidad entre todos los actores sociales, así como, mediante la creación y rediseño de nuevos esquemas socio ambientales que permitan una actualización permanente de las condiciones de vida de las personas más vulnerables. Para lograr lo anterior, el sector educativo debe desempeñar una tarea fundamental (con el cometido de crear conciencia sobre los riesgos de habitar una tierra sometida a los más variados vaivenes de la naturaleza, producto de un acumulado desinterés de hallar y consensuar soluciones que contribuyan a un mundo mas sustentable).
En definitiva, sin un encuentro de posiciones que sean desinteresadas y si al mismo tiempo no se hace un llamado efectivo a la acción, -que favorezca y trabaje por la vida humana y silvestre-, esta situación degenerará en mayor caos y como siempre quienes más se verán afectados serán aquellos seres humanos situados en condiciones de periferia.