Este primero de mayo, como todos los años se desarrollaron a nivel internacional diversas manifestaciones con motivo de la conmemoración del Día del Trabajo o de los Trabajadores. La jornada fue propicia para recordar a los mártires de Chicago, sindicalistas condenados en Estados Unidos por haber incitado a una huelga que inició el 1 de mayo de 1886 en todo el país –y según reportes de prensa- en Chicago se prolongó hasta el 4 de mayo con la revuelta de Haymarket (para reivindicar el derecho a una jornada laboral de ocho horas que en ese entonces ya establecía la Ley Ingersoll de entonces). Antes de ello, la ejecución de actividades laborales oscilaba entre 12 a 16 horas (tres obreros fueron a prisión y cinco ejecutados en la horca).
En ese escenario, esta fecha conmemorativa fue fijada durante el Congreso Obrero Socialista celebrado en París en 1889. En Honduras, por ejemplo, son celebrados con mayor amplitud desde 1954, con la reivindicación de los derechos laborales de los trabajadores bananeros.
En primer lugar, podríamos destacar que el derecho de protesta, en conjunto con el derecho de expresión constituyen una base neurálgica que posibilita cambios en los procesos de convivencia social. De manera tal que se busca una emancipación total de las extenuantes rutinas de trabajo colindantes con la esclavitud, debido a la indiferencia -de alguna manera u otra- de las patronales que en cierta forma han hecho uso del poder económico-político para sostener rígidos sistemas laborales de explotación, que no necesariamente llenan expectativas salariales-laborales de los trabajadores.
La importancia de preservar armoniosas relaciones entre patrones y trabajadores se refleja con la creación en 1919 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de las Naciones Unidas, como una oficina que vigilara, entre otras cosas, normas del trabajo, formulación de políticas y programas que garanticen el trabajo decente de hombres y mujeres (a través de un diálogo permanente entre gobiernos, empleadores y trabajadores).
En mi opinión, el incumplimiento de estos acuerdos se ve seriamente erosionado en países con regímenes ideológico y políticamente herméticos; debido a una ausencia de políticas públicas nacionales, laborales y dinámicas que promuevan y fomenten la empleabilidad, en consonancia con los nuevos profesionales y obreros que requieren de oportunidades de inserción al mercado laboral.
En segundo lugar, habría que acotar que, dependiendo de los diversos contextos nacionales, tales protestas terminan en enfrentamientos, degenerando en detenciones, daños a la propiedad privada y ambientes de caos, cuando las mismas deberían ser espacios para un diálogo amplio e incluyente que posibilite el acceso universal al trabajo, en condiciones de igualdad. Tal ha sido el caso de Tegucigalpa, capital hondureña, en donde presuntos manifestantes confrontaban a la policía, a la vez que prendían fuego a una oficina histórica de la alcaldía capitalina.
A continuación podríamos observar un cierto juego de intereses ideológicos, en donde los protestantes obedecen como masas con pérdida de la capacidad consciente a ciertos criterios de izquierda, inducidos a responder a un régimen oficialista nacionalista, al que recurrentemente señalan como “mandaderos del imperio yanqui”.
No cabe duda que economías como la hondureña requieren revitalizar sus procesos de contratación, mismos que deben pasar por una agresiva campaña de promoción y protección de la competitividad, la cual sin lugar a dudas fortalecería espacios de innovación (empujados por la creatividad y estímulos a los empleados).
En opinión de Pilar Jericó (El País, 1 mayo 2017), aunque la palabra trabajo proviene del latín y de un instrumento de tortura, que tenía tres palos (tripalium), necesita ser dignificado. Bajo mi punto de vista, el trabajo es la fuente sustancial de subsistencia que contribuiría a bajar los índices de pobreza y desigualdad, así como una reducción de los hechos violentos asociados a los salteadores.
Es alarmante, por otra parte, el informe emitido por la OIT, en el sentido de que 2.000 millones de personas trabajan en la economía informal (más del 60 por ciento de la población activa del planeta).
En conclusión, el ataque al desempleo y la informalidad laboral en todas sus facetas, pasa por la sistemática promoción de la inclusión socio-laboral en el aparato productivo, tanto público como privado. De igual manera se hace necesario y urgente -en el caso de Honduras- una mayor capacitación técnico-científico que ayude a descongestionar las ciudades de la asfixia de solicitudes de empleo (en cambio hay que propiciar la generación del mismo, al nivel local-comunitario que buscan en las grandes urbes reales opciones de realización personal, como esquemas de autosatisfacción que procuran el bienestar familiar).
Posdata: En México mientras tanto, de acuerdo a medios nacionales, diversos aspirantes presidenciales -para las elecciones del 1 de julio de este año- han diseñado mensajes de propuestas dirigidos a través del Twitter a los trabajadores, prometiendo un pago equitativo entre hombres y mujeres. http://www.elfinanciero.com.mx/elecciones-2018/asi-conmemoran-los-presidenciables-el-dia-del-trabajo

Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana (UIA), Ciudad de México. Profesor de Periodismo en la UNAH.
Ha sido colaborador de medios informativos en la Ciudad de México y Honduras, así como para organizaciones promotoras de los Derechos Humanos como el Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas y Centro de Atención al Migrante Retornado.