Desde la turística ciudad de Biarritz, región de Nueva Aquitania Francia, líderes del G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Francia, Italia y Japón), con “invitados estratégicos” se han reunido del 24 al 26 de este mes en la cuadragésima quinta cumbre que tiene su génesis en marzo de 1973, pero que toma forma definitiva en 1977 con la entrada al cónclave del último socio, Canadá.
Ha sido una jornada de imágenes viralizadas (como el beso y las miradas furtivas entre Melania Trump y el primer ministro canadiense Justin Trudeau). No obstante, pienso que es el encontronazo retórico a distancia entre el presidente “galo” Emmanuel Macron y el brasileño Jair Bolsonaro el que marca y sube decibeles a la concepción de lo que significa para cada cual la protección de reservas de biodiversidad como la amazonia brasileña que se ha visto afectada por incendios sin control en los últimos días.
Si bien es cierto, el hecho de que el dignatario francés haya recomendado a su par sudamericano tener un papel mas activo en la gestión de la crisis medioambiental (tiende a múltiples interpretaciones, como el de tener una “mentalidad colonialista” como le acusó Bolsonaro); no es menos cierto que este último ha actuado con parsimonia y dejadez en la gestión de la contingencia medioambiental, a tal grado que ha bromeado al afirmar que algunas organizaciones defensores de la naturaleza quienes estarían detrás del incendio, y, de una forma u otra ha dejado que sea “la providencia” que se encargue del asunto en cuestión.
De acuerdo a datos reiterativos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), casi el 20% de la selva amazónica ha desaparecido en el último medio siglo, un dato alarmante para la contención del cambio climático, en tanto, según cifras de esta misma organización, el mayor bosque tropical del mundo libera oxígeno a la atmósfera y almacena entre 90.000 a 140.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, con lo cual se contribuye a “regular” el calentamiento global.
A mi parecer, si esta es una fuente de interés global, entonces debería estar gestionada por instituciones acreditadas globalmente como el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que precisamente surge con un espíritu de conservación y protección de los sistemas de vida, con ecologías armonizadas. De lo contrario, estos problemas tienden a agudizarse en tanto siempre se observa que los conflictos de intereses socioeconómicos son recurrentes en la forma de articular respuestas al asunto en cuestión desde los ámbitos locales. Como ejemplo de ello podría citarse el asesinato de ecologistas en una variedad de países por la defensa de un uso común de los recursos medioambientales.
En definitiva, creo que el derecho humano a un medio ambiente sano y favorable pasa por el fomento del derecho natural de los seres humanos al mismo; pero, por otra parte, por la gestión y consensos interestatales (en el contexto de la armonización y conjunción del derecho positivo), a fin de hacer factible el diseño e implementación automática de mecanismos externos en situaciones de extrema urgencia como estas. Si se hace en ciertas regiones en el contexto de “ataques preventivos” bélicos, por que no hacerlo para proteger y fomentar la defensa de la vida medioambiental, hábitat y sustento para la humanidad.
Posdata: La Amazonia, como un todo es compartida por (Brasil -con el más vasto territorio-, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Guyana Francesa y Venezuela), los cuales crearon y forman parte desde 1995 de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), para gestionar problemas como estos (con base referencial en acuerdos signados en 1978).
Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana (UIA), Ciudad de México. Profesor de Periodismo en la UNAH.
Ha sido colaborador de medios informativos en la Ciudad de México y Honduras, así como para organizaciones promotoras de los Derechos Humanos como el Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas y Centro de Atención al Migrante Retornado.