El día de ayer se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. Los brasileños, como se esperaba, le dieron la presidencia a Jair Bolsonaro, un exmilitar que es considerado como el Trump de Brasil o el Trump tropical.
Después de los escándalos de corrupción de los últimos tres presidentes del gigante de Sudamérica -Lula Da Silva, Dilma Rousseff y Michel Temer-, aunado al caso de financiamiento ilegal a la política, protagonizado por la empresa constructora Odebrecht, la cual financió ilegalmente campañas políticas en varios países latinoamericanos con tal de ganar contratos de infraestructura, era de esperarse que los brasileños radicalizaran su posición y eligieran a un candidato que promete tener mano dura contra los casos de corrupción y que ha prometido que Brasil volverá a la senda del crecimiento económico.
Brasil es la novena economía del mundo y cuenta con una población de alrededor de 209 millones de habitantes, de los cuales, de acuerdo a datos del Banco Mundial, en el 2015 un 8.7% vivía bajo la línea de la pobreza -unos 18 millones de habitantes-, cifras que se redujeron en el periodo 2000-2015 a menos de la mitad, pasando de 24.1% en 2001 a 8.7% en 2015, muchos de estos logros fueron por políticas implementadas por Lula Da Silva y Dilma Rousseff.
Bolsonaro, a lo largo de su carrera política ha tenido una serie de desafortunadas frases con las que ha radicalizado al electorado de su país. En sus frases ha atacado a homosexuales, muestra un discurso racista y machista, en ocasiones ha defendido a la dictadura militar de su país, que tuvo lugar entre 1964 y 1985. Su discurso, por demás populista, logró atraer a la mayoría de los votantes de su país, razón por la que gobernará los próximos 5 años el país más grande de América Latina.
El nuevo presidente de Brasil, se suma a Trump y López Obrador como los últimos políticos ganadores de elecciones presidenciales que, aprovechando la situación que atraviesan sus países en términos económicos y sociales, ganan la presidencia de sus países, con lo cual se demuestra que el populismo no es necesariamente de izquierda.