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Ciencia, Perspectivas

De changos y humanos – El número de Dunbar

>Carlos Flores Carlos Flores
enero 10, 2018

Me salí de un grupo de WhatsApp y después de otro. Me saldré de cinco grupos de Facebook. Seguramente no conectaré un teléfono al módem, porque no se apaga tan fácilmente como un celular. Eventualmente pienso que cancelaré unas cinco de las siete cuentas de correo electrónico; todo, porque quiero jugar más ajedrez y un temor latente de macrocefalia después de oír hablar a un maravilloso Doctor, esteta evolucionista[1], sobre el psicólogo evolucionista de origen británico, Robin Dunbar[2] y su número que le hizo famoso: el Número de Dunbar.

Dunbar

 

Resulta que los seres humanos solamente podemos mantener 150 relaciones significativas según la teorización del Doctor Dunbar, especialista en primates y cuya investigación sobre las formas y motivos de socialización de dicha especie, pudo ser extrapolada a la especie humana.

Le cuento el chisme, querido lector. Dunbar descubrió que la socialización tiene diversos objetivos, siendo el primordial: la supervivencia. Dentro de la sociedad existen formas de comunicación más íntimas que otras. El contacto sensorial es la forma más profunda de comunicación entre los seres vivos, pero en términos de productividad pudiera resultar en un factor de desaceleración.

 

 

Por eso inventamos el lenguaje oral y desde entonces nos entendemos menos que nunca. Lo bueno es que únicamente llevamos así unos 250 mil años. El lenguaje oral y escrito facilitan los procesos productivos y organización de sociedades, pero su limitación produce mensajes truncos o sin el significado real de una idea que se transmite.

¿Y eso qué tiene que ver con el número 150? Según Robin Dunbar, el tamaño del neocórtex está correlacionado al número de relaciones que puede mantener un ser humano. Para llegar a dicha cifra Dunbar estudió la antropología social de diversos momentos en la evolución del homínido hasta su destino de H. sapiens. Mientras más grandes eran las muestras craneales, la investigación paralela de sociedades del pasado también indicaba que dichos individuos podían manejar mayores grupos. Dunbar estudió desde primates hasta los primeros agricultores y llegando hasta los soldados de la antigua Roma.

Dunbar

 

Piense usted en eso, querido lector. Si los amigos se cuentan con la mano, nos faltarían 14 pares más. Viene a mi mente un mensaje publicado en Facebook recientemente: “Eliminaré a todos aquellos amigos con los que no he tenido contacto en los últimos tres años”, y recuerdo uno mucho mejor de una cafetería que visité en Estados Unidos en la que el staff dispuso un pizarrón negro en donde con vistosos colores escribieron: “No tenemos WiFi, pretendan que son los ochenta, platiquen y véanse a los rostros”.


El miedo a sufrir una macrocefalia evolucionista inesperada me llevó a salir de todos esos grupos de comunicación. Aún no sé qué hacer con los 1,861 amigos de Facebook. No quiero romper el corazón de aquellos 1711 individuos que Dunbar ha excluido de mi vida.

La verdad es que sí quiero hacer eso. Afortunadamente, amigos los cuento con la mano, y aún me queda la otra.

Sí quiero hacer eso. Pretendo más contacto físico como los primates. Quiero ser un chango, más íntimo, un mejor chango para mis semejantes, y no tener en el olvido o desatención a los changos que realmente quiero. Que realmente quiero.

Planeo sostener reuniones en las que nos comamos los piojos unos a los otros, y nos narremos las historias cotidianas que las redes sociales hacen parecer triviales, pero para mí no lo son. Quiero comer piojos, sí, quiero experimentarlo, y quiero que alguien se coma mis piojos también, porque he experimentado en la vida esos momentos que no requieren un ato verbal, porque la existencia se comparte de forma inmediata cuando no tenemos que inventar lo que somos.

No es necesario simbolizarnos. ¿Me pregunto entonces, si el lenguaje es como un tatuaje, tan grotesco como lo que se impone al hombre? El lenguaje hizo que nos olvidáramos de que éramos changos, y posiblemente, el lenguaje (cualquier tipo) nos está provocando olvidar que fuimos changos, que somos humanos, y que estamos destinados a algo más.

Me saldré de más grupos de Whatsapp y me uniré a otros grupos. El primero ya lo tengo detectado, un café en la periferia del centro donde un cúmulo de viejitos se reúne todas las tardes para jugar ajedrez.

No creo que se pongan de acuerdo por medio del Whats para verse ahí de forma religiosa y obsesiva todas las tardes. Ellos llegan al lugar porque son comunidad, se han buscado los unos a los otros y han decidido permanecer. Son como la pequeña tribu ancestral, o un grupo de primates pequeño con un objetivo sencillo. Nadie les vende ninguna idea, todos ellos se encuentran y observan tal y como son.

El Número de Dunbar, querido lector. Cuente sus relaciones significativas y haga varios ejercicios para saber qué tan primate o humano es usted.


Referencias

[1] http://cmas.siu.buap.mx/portal_pprd/wb/meya/dr_ramon_patino_espino_

[2] https://www.theguardian.com/technology/2010/mar/14/my-bright-idea-robin-dunbar

 

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